lunes, 24 de noviembre de 2025

Anatomía del corazón (Versión 2.025)

 El amor, el mío, tiempo atrás carecía de rostro. ¿Existía entonces? Supongo que sí, quizás funcionaba como esas enfermedades asintomáticas que uno lleva encima sin saberlo. Sin embargo, estaba ya inyectado en mi cuerpo; no sé si como veneno o como antídoto. Circulaba por mi organismo, haciendo trasbordo en el corazón como un viajero despistado. 

Fui generando anticuerpos, porque esa es mi especialidad: reaccionar contra casi todo y casi todas. Fallé también en eso, por cierto.

Tú, apareciste después, con la naturalidad con la que un antígeno se cuela en un sistema inmune aburrido. La soledad te puso ahí, imagino, igual que coloca anuncios personalizados en mis redes sociales, malditos algoritmos.

Mi proceso vírico emocional es más complejo. O más simple, no lo sé: soy como un virus , estructura primaria y de pensamiento rudimentario, lo cual le facilita mucho la reproducción sobre mí. Y no te culpo. 

Ignoro si fuiste tú quien puso rostro a mi amor o si fue mi amor quien, cansado de mandarme señales, decidió poner tu cara en mi diana. Renuncio a la hipótesis, peligrosa y ligeramente ridícula, de creer que tuve algo que ver en mi propio proceso de enamoramiento. Fue una revolución sin líder. Una morfología descontrolada. 

Yo, mientras tanto, observaba todo desde fuera, como quien consulta Google Maps antes de salir de casa: calles, avenidas, autopistas, callejones sin salida… todas esas rutas que recorro entre tu mundo y el mío. A veces aparecen carreteras nuevas que no estaban ayer, o sendas peligrosas que no recuerda haber transitado jamás. 

Y te pierdes. Y me pierdo. 

Y te veo llorar. Las lágrimas no borran la soberbia con la que antes escupías palabras, pero sí generan un interesante contraste dramático, como cuando llueve sobre un incendio. Ambas reacciones, la de antes y la de ahora, parecen improvisadas por un guionista nervioso.


Mis latidos bajan, aunque todavía escucho tu voz resonando en algún pasillo interior. No sé si has sido veneno o antídoto, problema o solución, lo posible o lo imposible. El amor o el desamor. Todo o nada. Monada.

La ignorancia persiste: igual que antes no sabía si me gustaba más verte vestir o desvestirte, llegar o irte, besar o ser besado, hacerte el amor o que me follaras tú. En ese dilema también suspendí.
Tampoco tengo claro quién irrumpió en quién. ¿Entraste tú en mi razón o fui yo en la tuya? ¿O quizá fue mi corazón el que, aburrido de la normalidad, se abrió por dentro?

No sé nada. Estoy intentando sostener la razón como quien intenta sostener un paraguas en medio de un vendaval. Pero aquí sigo, haciendo inventario emocional. No por entenderte a ti, eso sería una inmensa temeridad, sino por entenderme a mí.

Porque si algo he comprendido es que el amor, incluso cuando parece un monstruo deseas tratar de domesticarlo. Aprendiendo a reír y a llorar de todo otra vez. 

So long, Marianne. 

No hay comentarios: