Con los años, la criatura muda de piel,
no es menos ni más: cambia por dentro y para él.
Como manos que envejecen perdiendo la razón,
y aún así, buscan a oscuras aquel viejo son.
Y vuelve, vuelve,
aunque el tiempo y la rutina la quieran romper;
late más suave, casi sutil, imposible de ver.
Con los años, la criatura aprende a ser en silencio,
a decir lo que guarda con brisa fresca.
Como luz que se atenúa para luego encender,
sabe a todo lo vivido y a lo que queda por ver.
Y vuelve, vuelve,
aunque el viento y la dinamita la quieran torcer;
su paso es lento, a veces hostil, imposible de vencer.
Porque el amor, cuando crece, cambia el compás,
la silueta, la estructura y hasta la razón de su trazo.
Pero, aunque todo cambie,
siempre es la misma canción.
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