lunes, 22 de octubre de 2007

Paranoia Gratuita.

Se detuvo el tiempo para él, años atrás. Sin saber porque, le gustaba con demasiado entusiasmo el güisqui, desde entonces. Los días eran noches, y la noche ríos de alcohol por sus venas. Valiente para salir como los gatos por el tejado, siempre por la sombra, olvidado tubo a tubo y con poco hielo, su familia. Tenía un manso recuerdo de su mujer, y de sus dos hijas adolescentes, de hace mucho tiempo. Pero beber saciaba una sed extraña para no vivir. Y así hacía dos años, que cerraba ese antro, por suerte no tenía él que acertar con la llave, de eso se cuidaba esa dueña pesada que le invitaba cada noche, no ha un chupito ni a un cuba libre, sino que se fuese a su casa menos ebrio y recobrara rumbo. Sin logarlo.
Era tan borracho que borracho, un pez era un disco duro de 400gb, en comparación. Quizás por eso, no descubría si aquella relación sexual extraña, que mantenía al llegar a casa todas las noches, de solo unos tristes y pocos minutos, con ella de espaldas y escurridiza, y con prisas para ducharse al acabar, él, era un sueño o realidad. Pero le importaba poco al despertar solo, cuando ya la resta de la familia, estaba fuera, con sus labores normales, de gente normal, gente diurna. Y siempre al levantarse, se iba directo al baño, se miraba al espejo ese rostro envejecido y demacrado, en decadencia continuada, se acercaba al retrete y antes de orinar, tenía arcadas con consecuencias. Puede que por su mismo rostro.
Pero una noche sentado en la barra del bar, se le acercó una señora publica, como esos parquings, que en la entrada pone “parquing publico” pero en todos se tiene que pagar. Que no son gratuitos en definitiva. Y le invito a aparcar. De pronto una avalancha de amor o cariño, se apoderó de todos aquellos recuerdos confusos, y con prisas se despidió de aquel entorno. Creía que para siempre. Durante toda la noche paseó por la ciudad sin dirección pero con paciencia. Para llegar a la hora del desayuno a casa, ¿casa? Compró bollería y se presento con no tan mal especto. Encontró sentadas en la cocina a sus dos hijas, con especto de mujer. Y les preguntó con entusiasmo, donde estaba su madre. La mayor, contestó con frialdad, no lo recuerdas papa, murió hace ya dos años, la pequeña siguió callada. En ese momento solo esperaba que las noches de esos dos últimos años solo fueran un sueño, aunque húmedo.

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