miércoles, 28 de marzo de 2012

Elvis.

De pequeños, los niños de mi clase, querían ser futbolista (no se equivocaban) bomberos o médicos. Yo, siempre lo tuve claro: Quería ser Elvis. Tener ese chorro de voz y esas canciones en la mochila. Esos ojos y esa mirada. Ese movimiento de pelvis. Todo ese sinfín de trajes que lo acompañaban a dondequiera. Esas guitarras. Y sobre todo, ese ejercito de mujeres dispuestas a todo por él. Inventar (o explotar) el rock and roll. No quería ser nada más que como él; un encantador, como los encantadores de serpientes, pero con micrófono en mano, y de personas.  Sin embargo, aunque a veces pueda parecer encantador, nunca he logrado llevarlo a la práctica.

http://www.youtube.com/watch?v=-v2ZduaiJjM 

lunes, 26 de marzo de 2012

Padecer.


Padezco
de estreñimiento de palabras,
no solo, no brotan
como las hojas en primavera.
Ni tampoco
como exhalamos el sudor, los dos.
En esas noches de verano
cuando jugamos con el verbo amar.
Sin que ninguno pierda,
ni siquiera,
en la desvergüenza de la fogosidad.

El otoño
detendrá esta noche perenne
y el calor.
Ahogará los adjetivos
y los adverbios.
Dejándonos
el sustantivo únicamente,
No digas, que nadie te advirtió.

No existe
laxante para el ingenio,
y nunca creas que soy tu dueño.
El talento no tiene
prescripción ni receta.
Y, aunque me vuelvas loco,
con tu cintura, no seré capaz
de construir mejor los versos.
No somos presos, ni disfraz,
el uno del otro; pequeña.

Las frases
no sonarán distinto por tu dulzura.
O perderán fuerza si te vas,
De la ausencia a ningún lugar.
Padezco
el abatimiento de la ilustración.
La oscuridad es el sitio donde habito
Y la opacidad, el patio donde jugar.
Mediocre como siempre
te mezclo entre las letras,
Por ver si tú, consigues embellecerlas.    

jueves, 22 de marzo de 2012

Desalmado.

Tengo un amigo cura. Es lo que tiene vivir en un pueblo pequeño. Hay menos opciones para hacer amigos y más oportunidades de encontrarte con el cura. Y eso, a veces, acaba en tragedia. ¿Cómo explicar sino, que un cura converse a menudo con un ateo o viceversa?  
Solemos tomar el café juntos, discutiendo de religión, de política, de fútbol, de lo que normalmente haban los hombres, menos de sexo (es un inexperto). Y la única vez en que hemos charlado de este último tema, casi acabamos peleados, a puñetazo limpio. Todo empezó, porqué le pregunte a ver si podían, los curas, masturbarse o también, como casi todo lo bueno, era pecado (a sabiendas de la respuesta). En verdad, quería descubrir si realmente él era sincero conmigo. Contestó que no estaba bien hacerlo (¡Qué ambiguo! pensé). Su respuesta me llevo a preguntarle si eso, significaba, que él no lo hacía. Para seguir indagando, más que nada. Se sonrojó y aclaró que sí, que desde joven, para desfogarse se masturbaba. Luego, seguro, reflexioné yo, dos ave Marías, tres padres nuestros y tan feliz. De golpe, vino a mi mente el montón de años en que él, se la había estado meneando sin conocer cuerpo de mujer, únicamente imaginando, mirando películas, en Internet o yo no sé donde más ya se puede encontrar porno (casi en todas partes). Igual que una escalera lleva a otra altura mis preguntas iban subiendo de tono. Pero es que la curiosidad me mata. Tuve que preguntarle, si más o menos, sabía con cuantas mujeres se había excitado (solo), y si todas, frecuentaban su parroquia. Por suerte mi señora nunca va a misa. No quiso contestarme, sin embargo, lo hice yo mismo: muchas, ¡seguro! ¿Quién lo habría pensado, mientras daba misa?  La pregunta me transportó a recapacitar si habría alguna mujer que se hubiera masturbado pensando en mí y qué excitante sería descubrirlo. Mientras, él, con cara ya de pocos amigos me soltó un moco, gritándome: “¡Desalmado!” me molesto tanto que no puede más que decirle, con toda mi mala intención; ”Transgresor”. Y fue, en ese justo momento, cuando no supimos si pegarnos o echarnos a reír. Unidos por todo aquello que nos separaba.

lunes, 19 de marzo de 2012

Parto (versión del padre).

El lunes venia siendo de lo más rutinario. Sin embargo, al terminar de cenar, mi pareja (me gusta mucho más que mi mujer, me parece menos posesivo), me advirtió que empezaba a tener contracciones con más frecuencia. De allí pasamos a un estado extraño, entre el intento de normalidad y el nerviosismo de lo que se avecinaba. Nuestro segundo hijo, estaba apunto de asomarse a este peculiar mundo. Dejando atrás, la comodidad del útero materno. En ese mismo instante me volví el más creyente de los sirvientes, obedecer hasta un punto y acompañar. Creo, que cuando tu compañera se pone de parto no puedes hacer mucho más.
 Ilde. 
A media noche, cuando la inquietud se empezaba a apoderar de ella, le propuse ir hacía el hospital, siempre, como si hubiera sido idea suya. Aunque conduje con prudencia por la situación, un radar me hizo una foto (quizás, para poder recordar el momento, son tan atentos estos policías). Al llegar, le pusieron la correas, le miraron de cuanto estaba dilatada y nos mandaron a la habitación a esperar un par o tres de horas. A las seis de la mañana nos bajaron al paritorio (qué nombre tan horroroso con lo bonito que es el acto) y allí, empezó todo. La verdad, es, que uno se siente de lo más inútil en esos momentos. Mientras dilata y le duele porque no puedes hacer nada, más que apoyar moralmente. Cuando le ponen la epidural y te hacen salir, inútil el doble.  Y cuándo tiene que empujar… sólo un soporte para la acción. Pero por suerte mía y desgracia para mi hijo, el doctor, en esta ocasión, que estaba dando consulta pensando que tenía un tiempo que no tuvo, llego tarde y fui yo, quién tuvo que ayudar a la comadrona a sacar al vástago. Una experiencia inolvidable, sin duda, poder agarrarlo, mientras cruza el puente entre una realidad y otra. Cuando empieza a sentir ese sin fin de sensaciones nuevas: El frío, el llanto, el hambre, el calor, el respirar…
En fin, que yo, no quería escribir de esos momentos, quería escribir, de la sensación que siente el padre cuando de repente, mientras tu compañera está gritando de dolor y todo parece un poco caótico, llega la calma por el llanto suave, de un recién nacido. Y todo lo anterior desaparece, para empezar desde ese mismo instante algo totalmente destino. Como si cambiaras de acto en el teatro. Pero bien explicado.
He entrado en el club de los padres que tienen un hijo nacido un martes y 13. Fue y contribuí al nacimiento de mi segundo hijo; Ilde. No más.       

lunes, 12 de marzo de 2012

Amarillo.

Todo empezó al discutir por el color de la pared. Él era el pintor que siempre había venido a casa a dar una capa de blanco, para parecer todo, más limpio. Pero esta vez, no sé por qué extraña razón, pintó la pared de color amarillo. Sabía de las otras veces, lo que pedíamos y queríamos; un emblanquecimiento, no más. Cuando volvió para cobrar por el trabajo, no tuve más remedio que cantarle las cuarenta y decirle, que si no arreglaba ese desecho no cobraría. Él, en desacuerdo con lo qué le decía argumentó, que la pared ya estaba de color blanco. Yo, respondí, medio ofendido, que sin duda, no la veía para nada blanca, si no más bien amarilla, amarillenta o del color de la orina y eso, no me gustaba, ni era como habíamos quedado ¡odio el amarillo!. Por tal motivo, no cobraría. Hizo llamar a mi esposa para ver, si así, entre los dos, me convencían de pagar ese desastre, en el que seguro había sido cómplice de este cambio en el horizonte de mi comedor.
Ella, por supuesto, se puso de su lado. Desde hacía mucho tiempo ya, a mí, había dejado de apoyarme. “Manuel, es blanca” decía. “Sí, Manuel, es blanco, blanco y en botella” decía él. No lo veía así, para nada, por eso, fui a buscar a la vecina, esa que estaba tan buena, a ver, si ella, a parte de alegrarme un poco la vista, me apoyaba. Al abrir la puerta le dije: –Puede usted venir ayudarme a aclarar una duda que tengo, será poco tiempo y sencillo. -Sí, respondió. Al llegar le pregunte que de que color veía ella la pared y contestó que blanca. Tal fue el enloquecimiento que sufrir que después de eso tuvieron que ingresarme por trastorno senil.  Y allí, en esa habitación amarilla, con esas enfermeras con batas amarillas, con medias amarillas, dientes amarillos y pelos blancos, pase los últimos días de mi vida.          

sábado, 10 de marzo de 2012

Acabado.


Me dijo que el amor se le había acabado. Como quien acaba con el perfume, el suavizante o el lápiz. Sin embargo, para mí, fue como terminar un buen libro, me dejó, en la gola, un sabor agridulce, igual que la salsa del restaurante chino que después de tomarla, no sabes si fue deleitoso o amargo. Si deseas volver engullir o no. Si revivirlo o rematarlo. Si recordarlo u olvidarlo. Si releerlo o guardarlo “Se me ha acabado el amor” -Sin duda, no fue de tanto usarlo; le respondí. Y se fue.     

viernes, 2 de marzo de 2012

Prohibir no es bueno.

A media cena, mi mujer me comentó que había un hombre en su trabajo por el cual sentía atracción sexual. Por supuesto, no se refería a mí. Yo sin más preocupación que complacerla le dije que por mi parte no había ningún problema para qué se acostara con él. Primero se enfado y luego, encima, me acusó de haberle sido infiel. Únicamente por no sentir celos. Me pregunto, ahora, ¿Qué hubiera pasado si de buenas a primeras se lo prohíbo? Seguramente es lo que quería, así, poder decirme: Tú, a mí, no eres quien para prohibirme nada, ahora por mis cojones lo voy a hacer. O no.