martes, 27 de diciembre de 2011

Amores que matan.

El cuerpo seguía inerte, en el mismo lugar, con la misma postura. Difícil después de muerto revivir. Sin embargo, los hechos estaban aún muy vivos. Los seis testigos oculares no se habían movido; ni un centímetro, ni un suspiro. Tenían las cuartadas encerradas en sus gargantas, igual que están las balas en los cargadores, apunto para ser disparadas, pero esta vez contra mí. Yo, era el encargado de resolver ese extraño suceso y la verdad, no sabía por donde empezar.
Pedí al juez que no se levantara el cadáver hasta haber hablado con cada uno de los sospechosos. Lo único claro era que el hombre había muerto de una aguja clavada en el costado. La mujer de la victima seguía muy afectada, el director del banco parecía sorprendido por lo ocurrido pero no muy alterado. La trabajador que estaba de cara al público intentaba consolar a la mujer acompañadas por la señora de la limpieza y los dos restantes, eran clientes, que según ellos, les había pillado una casualidad nada casual. La oficina era un espacio reducido con lo cuál, no es raro que estuvieran todos, un poco apretujados. La distribución era peculiar: puerta de entrada, un pequeña sala de espera, donde en seguida, sólo un paso adelante, eran atendidos los clientes por la señorita que se encontraba detrás de una mesa, al lado, la mesa del director y casi seguidamente, un enorme ventanal, que era el lugar en donde en esos momentos la señora de la limpieza estaba situada, de espaldas a la acción.
Comencé a preguntar a la mujer de la victima. Así podría marchar de ese lugar lo más pronto posible. Durante el transcurso de la investigación me contó que ellos estaban siendo atendidos por la muchacha cuando sin saber por qué, el director pidió ser él quién los atendiera. Dio la vuelta por detrás suyo y se sentó en el lugar de la chica, ella, fue por el mismo camino a la mesa del director. Mientras uno de los clientes, seguía esperando, dejando pasar a uno y a otro, poco después, su marido, cayó fulminado con esa aguja clavada en el costado. Únicamente iban a sacar dinero para la compra semanal. Me evidencio su cuartada diciendo, que eran dos farmacéuticos jubilados que lo habían vivido todo juntos y ahora se quedaba sola.  ¿Por qué justificarse si no había sido ella? pensé.  
Seguidamente, hablé con la mujer de la limpieza, que me parecía por su posición tendría poco que contar, pero erraba. Ella, a través del reflejo de la ventana vio que el director pasaba algo a la chica y la chica a uno de los clientes. A continuación, se acercó a la victima y poco después cayó muerto. Culpar a los demás es una buena forma de auto exculparse, concluí.
Interrumpidamente investigué a la trabajadora de la oficina. Quién después de intimidarle con ese juego de manos, me contó que el director quería interesarse por atenderlos él, debido, a que desde tiempo atrás tenían algún recibo del hogar sin pagar y era por ver, si así, conseguía avanzar cualquier tipo de pago. Y lo que le paso el director y ella pasó al cliente solo se trataba de un extracto, pues aquél hombre siempre los lunes a esa hora lo pasaba a recoger y para confirmarlo me dijo, que mirase en el bolsillo del señor mayor, que allí, lo encontraría. Pero, sin duda, que con eso, no se absolvía de la investigación.
Para no perder el hilo, fui directo al bolsillo de aquél hombre, comprobé los demás para no hallar nada extraño, como me había comentado la chica, hallé el papelito con los últimos movimientos de su cuenta, básicamente transferencias de su empresa a otras. Alegó, que para su perplejidad el hombre, al poco tiempo, cayó delante de él, sin conseguir poder hacer nada para salvar su vida. Era según me contó la primera vez en su vida que lo veía, y seguramente, la última, me extraño esa coletilla y esa sutil forma de eximirse. 
Antes de ir por el director hablé con el otro cliente que esperaba. Me explicó, que cuando entró en la oficina el hombre ya yacía muerto en el suelo y todos estaban corriendo de aquí para allá sin saber muy bien que hacer. Él fue quién nos llamo. Y es él, el único que realmente esta a salvo de culpa.
Para acabar la ronda, interrogué al director. Esclareció lo que ya había explicado la chica de la deuda, y el por qué había sido él quién quiso atender a esa pareja. También, que había pasado el extracto puesto que aquél hombre era un empresario que siempre andaba con prisas. A más, añadió, que él, no tenía ninguna razón para tener que matar a ese señor. Eso, me hizo recapacitar y sospechar.
Al levantar el cadáver me acerqué al cliente de extracto y le pedí que me dejara ver el documento, le pregunté a que se dedicaba y respondió que tenía una empresa donde  producían plásticos con base acrílica. Seguidamente, le pregunte si hacía mucho tiempo que él y la señora de la victima eran amantes. Me miro sorprendido y concluí preguntando ¿Por qué sino, un hombre que tenía siempre prisas, estaba esperando, cuando ya tenía lo que venía a buscar? Arresté a los dos. Él le suministro cianuro y ella lo ejecutó. 
Amores que matan.                         

sábado, 24 de diciembre de 2011

jueves, 22 de diciembre de 2011

La eternidad.

Dices; sí.
Y cae el silencio.
Tal como incurre
el invierno.
Sí. Suave. Dulce.
Inalterable.
Fiero.
Y el silencio
Se apodera del espacio.
Igual que la luz
de la oscuridad.
Tú y el vacío.
Tú y la eternidad.  

lunes, 19 de diciembre de 2011

Metamorfosis del amor.



Descuartizas los minutos de las horas
con dentelladas sanguinarias.
Encías calientes y rojizas.
Y apresas, con tus colmillos las partículas.

Escupes los pedazos y contagias
el instante, con déspota actitud.
Pretendes acabar con el pasado
y el presente quiebras.

El cadáver cae en la calle sin luz.
Oscuridad cruel de la soledad.
Allí morirá, sin confesión, ni cruz.
El asesino más frío y eficaz.

Victima de su propia metamorfosis.  
Magnicida de piel cianosis.
Mutando su cuerpo y conducta.
Mártir de lo que fue y procura.

Recorrido el camino.
Del amor al odio.
De la defunción a lo vivido.
De lo romántico a la tragedia.
Inédita.   
  
  

viernes, 16 de diciembre de 2011

El culo.

Tomábamos unos gintonics en casa de un amigo, cuando sin saber porqué, en un arrebato de sinceridad, nos pregunta si a las mujeres les debe molestar pillarte mirándoles el culo. Uno, contestó que si lo tiene bonito seguramente no. Otro, que puede que sí o que no. Yo, pensé, sin decir nada, que si lo tiene feo ya la has cagado. Pero luego, en silencio aún, recapacité y concluí que la belleza es algo muy subjetivo. Aunque a la vez, algo demasiado objetivo. La única mujer, para sorpresa colectiva, preguntó, a qué venia ese brote de rectitud. Siempre un paso por delante ellas. Él, declaro que la vecina le había pillado en más de una ocasión fijándose en esa zona de su cuerpo y tenía preocupación por si se lo decía a su mujer.  Yo respiré aliviado; inmensa tontería. Aunque me quedo la duda.  ¿Os molesta que os miren el culo?     

jueves, 15 de diciembre de 2011

El amigo.

Ana, desde pequeña, tenía la costumbre de escribir a Manuel. Asiduamente sacaba papel y bolígrafo del cajón y sin más, empezaba a redactarle todas sus vivencias, al igual que se hace con un diario. Dos o tres cartas por semana. Al terminar de contarle todo, la cerraba, apuntaba la dirección y nunca el remitente y en silencio, a escondidas, salía del piso, bajaba en pijama hasta la calle y apresurada, tiraba la carta en el buzón que quedaba justo delante de su portal. Una especie de esas que hoy, se encuentra en peligro de extinción; al igual que las cabinas telefónicas. Su madre, sabedora del asunto,  la observaba siempre desde la ventana con una sonrisa, pensando que era cosa de niños. Pero la pubertad no cambió nada. La juventud tampoco y aún con treinta y pocos seguía sin colmar su apetito purgante de contarle a es amigo todo, por carta, tan arcaico, tan romántico. Igual que siempre; de noche y en secreto. Sin serlo. Hasta que un día, la madre, medio preocupada, en ese estado en el cuál están casi siempre las madres, le preguntó a Ana:   -Cuando nos presentaras a ese amigo.
Ella, enrojecida, al encontrarse descubierta, gritó: - Nunca.
La conversación murió allí mismo, cómo mueren los soldados al ser abatidos en el fragor de la batalla.
Pocos días después, se marchaba de casa, iba hacer un master a Boston. Dos años. Sin escribir ni una sola vez por carta a sus padres. Alguna llamada breve y distante al hablar con su madre. Cuando estas durmiendo, soñando, si alguien te despierta, descuartizando ese mundo ficticio, es realmente molesto, es desagradable, fastidioso y enojarse habitualmente es el resultado. Si eso pasa estando despierto, los síntomas se multiplican y la huida coge fuerza.
Al regresar, Ana, les contó a sus padres que se casaba. De una forma sencilla, con pocos invitados y por lo civil. El afortunado se llamaba Manuel. El día de la boda, la madre se acercó sigilosamente a Manuel, al igual que Ana iba al buzón, para preguntarle si guardaba las cartas. Manuel, sorprendido, respondió: ¿Qué cartas?            

martes, 13 de diciembre de 2011

La realidad, a menudo, es engañosa.

Recibí un mail, por error, invitándome a cenar. Sin asunto y de remitente un Nick de mujer cachonda. Cuando más avanzaba en su lectura más crecían mis ganas para asistir a esa cena.
Empezaba contando que como ya hacía tiempo que hablábamos por el chat, se sentía ilusionada por conocerme en persona (curiosa expresión). Claramente, aparte de no ser conmigo con quien esta chica se había interrelacionado yo, no percibía porqué encontraba ese encuentro físico tan relevante si no fuera, para aprovechar los cuerpos. Seguía insistiendo mucho en que la forma de ver la vida que tenía (él) le encantaba. Que le parecía un hombre sincero, romántico e incluso, un magnifico futuro padre (Caray). Yo, mientras, pensaba como ella podía haber sacado todas esas conclusiones, sólo, charlando por el chat. ¡Sin conocerle personalmente! Alucinaba en cómo alguien es capaz de enamorarse únicamente escuchando o leyendo, lo que quiere escuchar o leer. Finalizaba, citándome, el viernes a las diez, en un restaurante de una ciudad no muy lejana a la mía (lo supe porqué lo busqué en google) y, alegando que para conocernos entre la multitud, llevaría un ceñido vestido rojo. Lo de ceñido me hizo pensar que tendría, al menos, buen cuerpo. A más, un archivo adjunto que descargue con prisas, en donde se veía ella, con ropa interior tumbada en una cama, acariciándose; dejémoslo aquí. Siempre había pensado que una casualidad así, nunca pasaba y menos, a personas como yo.
Estuve dubitativo del martes hasta el viernes al mediodía. A última hora, pensando que no tenía poco que perder le contesté con una afirmación y disculpando mí retraso por una avería en la red local.  
Al entrar, ya estaba ella sentada en una mesa, para dos, sola. Me convencí de continuar con la mentira hasta donde llegara. Si eso era el amanecer, mejor. Al cabo de diez minutos, ya me tenía pillado. ¿Qué podía hacer? Seguir haciéndome el longui; al igual que cuando eres pequeño y la madre te llamaba a comer y tu estas, inmerso en cualquier cosa que no quieres dejar y vas diciendo: “Ya voy” “Ya te oído””Ahora vengo”. Hasta que entra tu madre, cansada ya, en la habitación y te pilla con las manos en la masa. No, no era ese el plan. Así que al fin, cuando la realidad empujaba, con una media sonrisa, entre cínica y amable, le dije:
-          Si yo, hubiera sido él, tú no vendrías únicamente a conocerme porque eso ya lo hace por el chat. Quiero creer que tu, lo que buscas, es un nuevo amanecer, en compañía y sintiéndote querida, adorada, amada y sobre todo satisfecha. Si quieres, yo lo intento. Si no lo logro, después del desayuno, prometo no volver a molestarte nunca más. Sin embargo, si lo consigo, te doy mi palabra que te dejaré elegir si prefieres que lo siga haciendo, un día tras otro. Y ser tu esclavo o tu amo, siempre y sólo, a partir de las once de noche. O no.  

lunes, 5 de diciembre de 2011

La celda.

Joan Mateu.

Al entrar al bar en seguida la divise al final de la barra. Sola. Con un bonito vestido rojo, los labios del mismo tono, sombra de ojos, media melena negra, una sonrisa desdibujada, una mano en la copa y otra en la mejilla, piernas cruzadas y unos zapatos de tacón; no demasiado alto, con medias oscuras y, ¿Quién sabe que llevara debajo? Tomaba un Manhattan, el color, era un inequívoco. Entretanto, la masa, bailaba en la pista las canciones de siempre. Alguno, al ir a pedir, le suplicaba atención, pero ella los rehuía con facilidad. Parecía, no querer compañía. Al observarla durante unos segundos creí que bien se valía una negación, un intento. Lancé la tentativa desde lejos, desde la otra punta de la barra, después de dos Whiskys le conté; una tontería de tal magnitud, que incluso desconozco, cómo se me ocurrió:
-          Te has dado cuenta que hace rato que compartimos barra.
-          (Se lo pensó durante un ratito y contestó) Sí.
-          Te has dado cuenta, que no nos hemos dicho nada hasta ahora.
-          (Se lo pensó durante un ratito y contestó) Sí.
-          Te has dado cuenta que ha sido porqué yo me he acercado que hemos empezado ha hablar.
-          (Se lo pensó durante un ratito y contestó) Sí.
-          Te has dado cuenta que tengo ganas de conversar contigo.
-          (Se lo pensó durante un ratito y contestó) Sí.
Así unas cuantas veces más hasta que muy hábil yo y, observando que después de pensárselo todo un ratito contestaba que sí, le propuse ir para mí casa. Siguió, para mí fortuna con afirmación a todo, o sea; a la copa de vino al llegar, a la música suave, a la invitación hacía al dormitorio, a sacarse la ropa, a sacarme la mía, a empezar a besarnos, a bajar un poco sus besos e incluso más. Parecía todo un soneto y yo, la palabra más soez.  Descubrí, como poco a poco ella, se iba poniendo cachonda. Yo, sin duda, ya hacía y yacía en ese estado desde mucho antes. De repente, me intento pedir, que le llenara aquél vació en su interior (debo parecer sutil), desconozco por qué, pero tartamudeaba. Cumplí su deseo y cuando más entraba en erupción nuestro placer ella, más tartamudeaba, ametrallando palabras y jadeos, casi simultáneamente.

En unos días, hará veinte años que estamos juntos. Únicamente, en una ocasión me ha dicho que no (me niego a dar detalles). Casi nunca hablamos, pero aún hoy, follamos como dos posesos. Y es, en esos momentos cuando más nos entendemos. Ya casi nunca nos sentamos en la barra de ningún bar, sin embargo, un Manhattan nos sigue alegrando cualquier noche y, a veces, aún le pregunto si se ha dado cuenta que todo empezó por compartir barra, por no decir nada, por acercarme yo o por tener (aún) ganas de conversar. Ella, se lo piensa durante un ratito y contesta: Sí.  Sonríe, igual que sonrío con esa tontería. Quizás, la vida sea esto, encontrar a alguien que te haga reír y te saque de la celda que a menudo, nosotros mismos, nos creamos.