lunes, 24 de febrero de 2014

Antonio Machado

A un olmo seco


Al olmo viejo, hendido por el rayo 
y en su mitad podrido, 

con las lluvias de abril y el sol de mayo 

algunas hojas verdes le han salido. 


¡El olmo centenario en la colina 

que lame el Duero! Un musgo amarillento 

le mancha la corteza blanquecina 

al tronco carcomido y polvoriento. 


No será, cual los álamos cantores 

que guardan el camino y la ribera, 

habitado de pardos ruiseñores. 


Ejército de hormigas en hilera 

va trepando por él, y en sus entrañas 

urden sus telas grises las arañas. 


Antes que te derribe, olmo del Duero, 

con su hacha el leñador, y el carpintero 

te convierta en melena de campana, 

lanza de carro o yugo de carreta; 

antes que rojo en el hogar, mañana, 

ardas de alguna mísera caseta, 

al borde de un camino; 

antes que te descuaje un torbellino 

y tronche el soplo de las sierras blancas; 

antes que el río hasta la mar te empuje 

por valles y barrancas, 

olmo, quiero anotar en mi cartera 

la gracia de tu rama verdecida. 

Mi corazón espera 

también, hacia la luz y hacia la vida, 

otro milagro de la primavera.


sábado, 15 de febrero de 2014

Veranos

No es pescado todo lo que reluce.
Tampoco dolor lo que duele.
Ni oscuridad todo lo oscuro.

Volvemos a tropezar en Saint-Tropez.
Cómo quien tropieza con una piedra.


Sin razón ni destino.  

viernes, 7 de febrero de 2014

Parar el tiempo

Media mañana. Desayunamos tres en una mesa de cuatro. Somos todos hombres. El tema de conversación va derivando a la vez que la botella de vino se vacía. Cuando ya solo queda un culillo de mal repartir  el más listo se lo otorga igual que los sacerdotes se otorgan el don celestial del perdón. Por qué sí. En los cafés nos cuenta, el mismo que se acabó el vino, que ayer le hubiera gustado poder parar el tiempo.

        ¿Para qué? Pregunto yo, inocente como siempre, esperando una historia heroica del salvamento de una vieja atropellada por un camión, o un niño que cruza a lo loco detrás de una pelota. Pero no.
       Para follarme a una chica con la que me crucé.
       ¿Y sólo cruzándote con ella ya sabes que estaba dispuesta? Le pregunta el tercero en discordia.
       Sí. Sus ojos me lo decían a gritos.  
       ¡Joder! Nunca he sabido leer los ojos, ni los labios. Digo yo.
       Pues, yo, para eso tampoco o es que nunca me ha pasado. Dice el otro.
       A mí sí. Y os prometo que si hubiera podido parar el tiempo, no llegamos ni al despacho.
       ¿El suyo o el tuyo? Pregunto.
       Da igual, cojones.

Pagamos y nos vamos cada uno por nuestro lado.



Medio día. Llevo desde media mañana mirando a todas la mujeres con las que me cruzo a los ojos fijamente. Sabiendo que no puedo parar el tiempo. Deben pensar que estoy como una regadora. Pero me da lo mismo. Necesito tener esa sensación de saber lo que me dicen sus ojos. En la mayoría solo observo indiferencia. Y seguro, según me contó mi amigo, no es eso. Al llegar a casa me siento en el sofá a recapacitar sobre todas y cada una de las miradas con las que me he cruzado. Desde la cocina mi compañera me grita a ver si la voy a ayudar; la oigo pero no la escucho. Algo muy casual en mí. Al cabo de unos minutos entra en el comedor con unos ojos como platos, de repente, me sumerjo hasta lo más profundos de su mirada entendiéndolo todo y le digo: -¡¿Quieres que detenga el tiempo?!