lunes, 18 de diciembre de 2023

Ni el Elvis ni un croissant.

 

Días atrás vi el biopic de “Elvis”. Y, ¡Joder!  Salí alegre. A parte, la película me gustó mucho. Puedo decir que a mi edad estoy mejor de lo que estava él. No con el mismo chorro de voz, pero físicamente, sí, mejor. Seguramente, aun así, él, debía follar mucho más.

Os cuento esto, porqué con mi inmersión en el mundo digital, ya de mayor, con los reels sin descanso, uno detrás de otro de forma infinita que van apareciendo en mi aparato móvil tropiezas con casi de todo, y en medio de este descontrol de videos, mucha gente que sin acreditar nada, te dicen cómo y qué debes hacer. Por suerte y por ahora, aún no pueden recetar. Y yo que no soy muy crédulo ni demasiado autocritico, no sé de que forma uno de esos me convenció de que debía apuntarme al gimnasio, pues según contaba, a partir de cierta edad en la que me situó él, no yo, se pierde musculo. Siempre he sido más de grasa de que musculo, me asusté, y al gimnasio me he apuntado. Debió ser cuestión de la repetición. O eso quiero creer, si no, me da miedo que ha ocurrido.

No he estado nunca en la selva, ni tampoco en un corral de pavos reales, pero creo que puede ser algo muy parecido a eso. Ya llevo un par de meses disfrutando de los tours entre las máquinas de musculación y caray, que bien me lo paso. Mi mente es un bote a la deriva en medio del rio amazonas. Con llamadas de apareamiento de esas fieras, pobres diablos, pavoneando por aquí y por allí; bbrrrt brrrrt, pio pio pio, quickiriki. Abundan los machos y las pocas damiselas que procuran por su físico igual que las abejas  por la colmena yendo de un lado a otro, observan como ellos hinchan su pecho, en este caso los pectorales, ensanchan sus espaldas ejercitando el trapecio y el deltoides, se ponen de puntillas hinchando las patas o sea, sus cuádriceps y se agarran igual que un náufrago a su tabla, a las mancuernas (que me suena a partes nobles, desconozco el porqué) sin embargo, me parece más cómo si procuraran agarrar todos sus miedos escondidos debajo de toneladas de músculos y proteínas. Agarrándolas fuerte y quien más miedo o inseguridad me parece tener, más grande escoge la mancuerna.

En cada nuevo ejercicio, al sentarme para proceder, tengo, siempre, que sacar la cantidad de peso insensata que levantan los gallos de mi corral, debo parecer el patito feo o mejor, flojo. Los observo y todos, están más rato parados que ejercitando el volumen desmesurado de carne que como dunas en el desierto se escapa por esas camisetas anchas de tiras, incluso, algún pezón. Un día, fui temprano al bar de una amiga, amiga por qué no quiere nada más, siempre que estoy allí me hago el gracioso porque los pectorales aún no los puedo hinchar lo suficiente, y me pidió ayuda pues tenía que poner los croissants en el horno. Y, ostras, me quede cautivado como esa masa congelada cogía envergadura, se inflaban lo mismo que los chavales que miro, que paradójicamente ayer eran  niños delgados y cuando los vuelves a ver; son croissants.  Aclaro que, a mí, con tan poco tiempo y peso que levanto, aún no se me nota el horneado.

Y mientras no entrenan ejercitan la mente con el móvil. Están más rato con el móvil que entrenando, ¡Deben tener un cerebro enorme! Una serie de 10 y 10 minutos con el teléfono. Desconozco el tiempo que se pasan en el gimnasio, pero estoy seguro que, si lo pasaran aprendiendo o procurando mejorar el mundo, la tierra sería un lugar mucho mejor. Pero claro, para un brrrt, brrrt, un pio pio pio o un quickiriki, se tiene que estar allí, al acecho.

Lo de mirarse en el espejo en cada ejercicio con mirada de vicio y es un espejo, repito, lo dejo para otro post, o dos más. ¿Por qué lo harán? ¿Se deben gustar? ¿O es parte de la inseguridad? Debo intentar no perder la cordura. 

Seguiré intentado parecer gracioso pues no soy Elvis ni un croissant. De momento.