martes, 31 de agosto de 2010

Triste.

Desde siempre, ha sido triste. Lo conocí en el colegio, en los cursos iniciales, y mi primer recuerdo, ya es de un niño triste. No sé porqué, hicimos buenas migas. Y aún hoy, ya mayores, somos amigos. Se ha pasado una vida sin sonreír, sin reír. No conozco su risa. Es tan gris como un vaso de agua de desamor, ese, que siempre va a la cara con decepción.

Desconozco cuantos años tenía cuando perdió a su madre, y si, era ya entonces, un triste. Pero recuerdo nuestra infancia como la de cualquier niño. En algunos momentos parecía feliz, pero nunca una carcajada ni tan solo una mueca se dibujaba en sus labios. Era, como si no supiera reír, un mudo de la risa. Anécdotas de esos tiempos que harían reír a cualquiera, podría contar un sinfín, pero en ninguna de ellas él cambio su cara apática. En la adolescencia y juventud su ánimo continúo igual de impasible. Por suerte, a los veintipocos, encontró una chica alegre como la mañana, que combatía con luz esa niebla del amanecer que él, llevaba tan adentro. Ni así, ni después de casados, él conseguía reír. Me contaron en una ocasión que si te ríes de un niño que empieza a hablar puede, que ello le lleve al tartamudeo. Él, mi amigo, me contó en una noche de esas en que te atrapa el amanecer, que de pequeño, de muy pequeño, un día su padre le gritó con contundencia por reír desbocadamente, sin recordar de qué.  Si que recuerda, era poco después de la muerte de su madre, diciéndole; “¡no sientes pena!” y tanto le afecto, que no consiguió volver a reírse jamás.

Un día, hace poco, me llamo feliz, se lo noté en la voz, me contó, que acababa de nacer su primer hijo, y entre sollozos me dijo; “qué sepas que he sido el hombre más feliz del mundo cuando mi hijo empezaba a llorar tan solo al salir, su llanto solo hoy, ha sido mi felicidad, y de esa felicidad no he podido dejar de llorar, de llorar de risa. De una risa feliz, de tonto, de tranquilidad y satisfacción. Amigo hoy he reído y no voy a dejar de hacerlo”. Ojalá, contesté yo, con una sonrisa.    

La mesa de al lado.

Estaba tomando un café en un bar, en donde al lado había otro bar y dos negocios más arriba otro, porqué en este país, si algo tenemos, son bares. A mi lado había dos señoritas discutiendo, hablando o se refregándose por la cara, la una a la otra, las compras de esa mañana.
-          Mira que pantalones me he comprado, estaban de oferta: 180 € sólo (Vaya pensé yo, si eso es una oferta es, que no entiendo a la economía)
-          Vaya ganga nena, si son… (una marca impronunciable para mí y mucho más difícil de recordar).
-          Pues mira que no sabía si comprarlos o no. Y al final, después de probármelos y ver como me quedaban, lo he tenido claro. (A sus años y sin ganas de menos preciar a nadie, dudo, que algo tan apretado pueda…).
-          Has hecho bien (Mi sorpresa crecía al mismo tiempo que la conversación proseguía).
-          Ya lo creo que sí. Luego, para navidad se ponen carísimos.
-          Si es verdad, yo me he comprado esta blusa que esta ahora tan de moda, estaba también rebajada. Con el veinte, me ha salido a 110 €. ¿Ha que es preciosa?
-          Lo es nena. ¡Vaya compra! Es casi tan buena como la mía.
-          Yo creo que mejor.
-          Quizás para ti sí. Pero para mí, seguro que no.
-          Yo no pienso igual. (a ver, si acabaran peleadas pensaba yo).
-          Bien,  vuelvo al trabajo, que ya veo que contigo más vale no comentar nada.
-          Eso, yo también voy a trabajar que ya he perdido demasiado tiempo aquí y en la compra. Si no, la carnicería se pone a tope y los clientes se cabrean.
-          A mí, me pasa igual en la panadería, las trabajadoras esas no se sacan el trabajo de encima.
-          ¡Hasta luego guapa!
-          ¡Hasta pronto!

Lo más curioso del caso es, que las dos llevaban las uñas largas y pintadas rojas, no muy lógico para ser dos trabajadoras, algo había de mentira en la conversación si es, que había algo de verdad. La cara con un quilo de maquillaje y los años, escondidos debajo. Que vivían como ricas siendo pobres, que estaban en un bar como yo, desayunando, en esta nación donde la crisis azota con más violencia que en la mayoría de le unión Europea, necios nosotros de distraernos con un titulo mundial, o con las mujeres de la mesa de al lado. Cuando los palos nos caen en cima como un lluvia de mierda que lo apesta todo.

Y nos engañamos, pensando, que somos más listos, más guapos, más ricos que el vecino. Y si no es así, aparentamos para serlo. Porque el presente nos lo pide, por todos lados. Con publicidad o sin ella. Con necesidad o sin ella, pero lo hacemos.        

viernes, 27 de agosto de 2010

Mi reloj.

Desde poco después de empezar a llevar reloj, vaya a ser lo mismo que decir, en mi pubertad, tuve, la costumbre o la manía, no lo sé del cierto, de adelantarlo unos cinco minutos. Sin percatarme, que en vez de avanzarme yo al tiempo, lo que realmente hacía era estar perdiéndolo. Al terminarse la pila y llevarlo al relojero (qué bien suena esta palabra y no sé el porqué), siempre me lo devolvía con la hora ajustada, qué persona está durante toda su vida vigilando que los segundos no se descuenten ¡vaya faena! Me sentía como si ese hombre aparte de cobrarme, supongo, lo debido, me robara mis cinco minutos. A prisa lo volvía adelantar antes que se me olvidara. La verdad, es que no se si lo hacía por miedo a llegar tarde o por elegancia a ser puntual. Pero tampoco me importo nunca.


La cuestión es, que de un tiempo a esta parte, cuando uno por circunstancias de la vida se va haciendo mayor (¡maldito tiempo! Perdonen que me repita) observa que por desgracia y a veces no, la gente se muere. Que la muerte es justa, cordial y seductora. Y que todos caeremos en sus anchos brazos, ya sea en el cielo, en el infierno o en la nada, por la cual me inclino. Y viendo que a mí, como todos, un día me tocara el premio, preferí retrasar esos cinco minutos en mi reloj no vaya a ser que pierda, cinco minutos de estar en esté maravilloso mundo.

Sueños.

Volví a soñar que estaba otra vez, en un cuerpo de señorita (supongo debía ser la misma). Empiezo, ya, a preocuparme por esta novela surrealista que cada noche mi mente me crea. Por suerte y a la vez, me da en que escribir. Si comiese de ello, aún tendría que agradecérselo.

Era como si hubiera dejado una cuenta pendiente, con aquél chico. El sueño empezó, por muy curioso que parezca, justo donde desperté en el otro. Acababa de invitarme a tomar algo, él dijo la “última”, si es la última me la tomo aquí pensé, que estoy más cerca de mi piso,  pero por curiosidad y morbo acepté. Al fin y al cabo, no tenía nada que perder, disponía de unas seis horas para hacer lo que quisiera. Mientras paseábamos hablando tendidamente por la calle dirección al picadero, lo iba mirando sin saber donde fijarme. No sabía en donde una chica se fija primero, supongo, que como en todo, sobre gustos colores. Le miré el culo, las piernas, el bulto que hay en medio de ellas, los brazos, la espalda, los pectorales, los labios, los ojos, el pelo y al cielo, y pensé: ¡“Qué coño estas haciendo”! Al pasar por delante de un aparador, de esos que en según que hora del día refleja, me miré a mi mismo, o a mi misma, y concluí que estaba cincuenta veces más buena que él. Todo lo que en él era rudo en mi, era delicado, lo que en él era cuadrado en mi, poseía una forma redondeada maravillosa. Y todo lo que en él era gris, marrón o azul, en mi, era rosa, oro, plata. Así pues, no sabía que estaba haciendo allí, pero seguí en el intento.

Al llegar a su casa, se tumbó en el sofá, se quito la camiseta (tenía un cuerpo trabajado) y me esperó allí sentado, con movimientos con el dedo indicándome en donde me quería. No lo soporté. Me excusé un momento, diciendo, que tenía que ir al baño para recapacitar y al entrar en él y volverme a ver  mi cuerpo en el espejo, disfruté degustándome. Fue como una experiencia religiosa (Maldito Enrique, lo pensó antes), ya que ninguna de las dos se verdaderamente qué pasa. Me subí las braguitas, suena fatal con mí voz y al acercarme a mear, me di cuenta que lo hacía de pie. Mi cuerpo volvía a la realidad a la vez que mi mente despertaba. Él, supongo, seguía esperando en el sofá hasta que me volviera a dormir, con estos sueños que me persiguen tan misteriosos para mí.

Después de recapacitar un poco, creo, que encarno cuerpo de mujer para ver, si así, puedo conocerlas un poco mejor, pero continua siendo una tarea ardua.    

martes, 24 de agosto de 2010

Barco.

Viajaba como quien viaja con un barco (yate suena demasiado a burgués) por el mar de información y opinión que es Internet. En una isla pequeñita, un mareo de palabras mal sonantes y bien escritas, en contra de todos mis ideales y moral, me dejaron aturdido. Intenté irme sin dejar rastro con vértigo por lo visto, pero mientras me alejaba, el vomito se apodero de mi aparato digestivo, y empezó a brotar como brota la sangre de la herida. Tanto vomite que hasta mi alter ego saqué por la boca, regresé al lugar me cague con su puta madre y dejé mi nombre de pila. Aún los espero.   

Dar.

Como esos cangrejos ermitaños que cambian de caparazón, soñé, que mi cuerpo era el de una mujer, pero quién lo habitaba continuaba siendo yo. La verdad y al ser mi sueño es, que no estaba nada mal.

Mi comportamiento, por desgracia para mi cuerpo, continuaba siendo de lo más varonil. Es decir, era todo lo contrario que un transexual. Me aburría ir de compras, a la peluquería, al cine rollo romántico, acariciar el pelo de mi pareja (qué para mi fortuna y no sé porqué, continuaba siendo mujer), o sacarle el pus de los granos de la espalda. Tenía los movimientos bastos, los estornudos ruidosos y la risa desbocada, no sabía cruzar las piernas con elegancia y el bolso se me daba fatal y todo eso, sin pronunciar el dolor que me daba en el culo el tanga. Parecía como un nuevo rico, esos que quieren sólo aparentar y se les da fatal el papel recién estrenado de pijo, por mucho que su capital les acompañe en el intento.

Me veía andando por la ciudad, como si se tratase de un videojuego, y cuando entablaba una conversación, la visión se acercaba hasta entrar a ver desde mis ojos. Diferentes hombres me tiraron piropos (por decirlo finamente) y en una calle de esas estrechas, de cualquier casco antiguo, me cruce con el chico que siempre había dicho: “Si me tuviera que follar a un hombre en la tierra sería este”. Se giro, me miro y me invitó a tomar algo. Después de estar hora y cuarto hablando (lo hice lo mejor que pude) me insinuó que fuéramos para su piso. Conocía las frase y las intenciones, y como siempre me ha gustado más dar que recibir, mi subconsciente, muy hábil él, me despertó.       

lunes, 23 de agosto de 2010

Qué postre.

Era un día tan rutinario como cualquiera de los últimos treinta años. Me llamo a cenar, y fui. Me senté en la silla de la mesa de la cocina, había un poco de pescado a la plancha y patatas al vapor. Empecé a cenar y ella también. Estaba no más callada que siempre porque es imposible, pero si igual. Cogí un poco de pan y al caerme una miga al suelo me dijo:
-          Ya no puedo más, estoy harta. No consigo ni dormir, a tu lado. No te aguanto. Eres un ser despreciable y los has sido toda la vida. Me tienes hasta el coño (sitio en el que no había estado desde hacía mucho). Por mi te puedes morir.
-          No lo sabía, yo, creía que estábamos bien. Le murmuré.
-          Pues, ya ves que no es así. Por mi parte, hace mucho tiempo, que ya no siento nada, quizás y solo; pena. No quiero pasar ni un minuto más a tu lado. No quiero tu compañía, para nada. Así que ya puedes marcharte.

Y me echo. Y me fui. Desde siempre había reprochado ser un conformista. Y ahora, ya, ni eso le molestaba.      

viernes, 20 de agosto de 2010

Aznar, azar o mal propósito.

Cuando el fuego esta ardiendo por una brecha en las relaciones entre España y Marruecos va el ex presidente Aznar y se acerca a Melilla para echar, no una mano, sino más leña al fuego. Se da un itinerario por la ciudad, solo por las zonas ricas, le toman diversas instantáneas muy arreglado, paseando como señorito que es, y vuelve, supongo.

Aquí, arriba, tenemos una de ellas. Como se deslumbra en la imagen el sequito que acompaña al señorito (por su altura no llega a señor, altura; ni de político, ni de persona y ni de leal,  ni tampoco altura varonil claro está) son unos ricos, de esos que les gusta exhibirlo. Empezando desde la izquierda, para no ser como ellos, obviando a los periodistas que entre empujones intentan captar una imagen, como si se tratara de Belén Esteba, vemos, a un chico con traje gris oscuro, camisa de un azulado que no se definir, mirando el Mobil. Como si estuviera enviando un mensaje a su padre, a la vez hijo de falangista, diciéndole: “Pa-pá, no te lo vas a creer, y mira que te lo juro por Snoopy, sabes con quien estoy: ¡Con el PRESIDENTE AZNAR!” lo delata con esa media sonrisa, que deja entrever aún con la cara medio bajada. Seguidamente y detrás, vemos a un tipo alto que parece una imitación “aznariana” del amigo de Rajoy, el Sr. Moragas. Delante de él, un hombre con la frente despejada y postura de macarra, enfundado en una chaqueta Gris y pantalón azul oscuro, parece controlarlo todo. Y a la derecha de los dos protagonistas, un señor de avanzada edad, con camisa rosa y rayas blancas o a la inversa, nunca consigo acertar el color prioritario, los pantalones calzados hasta donde él cree que le esconden la curva de la felicidad, es decir, demasiado por encima de donde deberían ir y seguramente, con la postura en qué está, a punto de gritar, de un momento al otro: “Arriba España”. Un despeinado por detrás, que tiene pinta a periodista de un diario de izquierdas, y una señorita, con vestido rosa decolorado, muy mona ella, que tiene toda la pinta de ser, la public relations de la congregación, esos pendientes la delatan. Y en medio de todos ellos, el protagonista y el espontáneo.

Empezaré hablando del protagonista y encantado de serlo, y por suerte de otros, ex presidente Aznar. Va vestido, al más puro estilo Indina Jones, pero dos tallas más de las que hubiera necesitado. Como si estuviera de vacaciones en la playa con ropa justa, para pasar un mes en las Azores, y le hubieran llamado para que con urgencia, fuera a la jungla a salvar toda una nación, y la ropa, por el camino, la hubiera comprado con prisas. Sino, observad cuantas vueltas ha tenido que dar el hombre a las mangas de la chaqueta. El peinado es, como si se después de levantarse de la siesta, hubiera intentado controlar con agua esa melena incontrolable. Y la camisa, la lleva medio desabrochada, mostrando el moreno conseguido con horas de sol, de sol playero. El espontáneo, es un turista, lo bolsita que lleva en la zona genital y no son lo huevos, lo deja claro.  Como todo buen turista, lleva su cámara fotográfica. El polo, de navegante, no es más que moda no vayas a creer que el hombre ha venido en barco y mucho menos en patera. El rostro como un rayo de luz, nos deja claro, que se siente orgulloso de hacerse una foto con Aznar, aunque no tenga claro como nos pasa a casi todos los españoles, qué hace por allí.  

Lo más extraño de la imagen es, que esta misma instantánea fue tomada desde otra posición, desde más a la derecha, venía en portada de un periódico y lo que se observaba al fondo, era una tienda. No de ultramarinos, ni de Frutas, ni tan solo de nada de comida, que es con lo que los marroquíes privando el paso en la frontera, hacían su protesta. Sino, que era una tienda de ropa, de la marca Lacoste.  ¿Curioso Verdad?             

miércoles, 18 de agosto de 2010

Uñas.

Tienes,
suciedad debajo de las uñas.
Omites;
¡Qué creerá la gente!
Ignorantes,
no saben la verdad.
Desconocen,
que es mi piel,
robada cuando me arañas.

En mi país.

    En mi país como en la mayoría, uno, no puede elegir cuando quiere morirse. Quiero decir; que la eutanasia no es legal. Aunque te queden tres meses de pura mierda, que sería mejor no mal vivir o tres décadas, y lo único que quieras sea descansar en paz, no puedes elegir. No existe la libertad real pues. Si te suicidas, por supuesto, no van a meterte en prisión, pero seguramente, a quien te ayude hacerlo, sí. Los más conservadores están en contra de una ley a favor de una muerte digna, y son los mismos por casualidades,  que encontramos en contra de esta nueva ley antitaurina. Llevo mucho tiempo masticando este pensamiento y cuando lo trago, nunca consigo digerirlo. Como pueden privar a nadie de acabar con su sufrimiento de vida, y a un toro, al que seguramente le gustaría seguir vivo, con la dulce rutina, lo obligan a morir sufriendo. Paradojas típicas y tópicas de este país en el que me hallo.       

martes, 17 de agosto de 2010

Elvis Presley- Always On My Mind




Fundamental respirar, inspirar y expirar.
Susurrarte al oído.
La muerte, para vivirla contigo.
Esencial alimentarme, comer y beber.
Mordisquearte el ombligo.
La vida, para matarla conmigo.
Inevitable morir, de noche y de día.
Radical, primordial, cardinal y elemental.
Contigo y conmigo.
Vivir lo moribundo y morir lo vivido.
Principal primera, pasa la puerta.
Entra en silencio para hacer ruido.
La puerta, tienes que pasar,
Porqué lo primero sea lo principal.
Life is life. Death is just death.
Vivo para morir contigo y muero,
Para vivir contigo. Muere conmigo.

viernes, 13 de agosto de 2010

La foto de al lado.



Estábamos comiendo en un restaurante. En la mesa de al lado había una familia normal (aún sin saber que es normal). Me refiero a un padre, una madre y una hija. Estaban como nosotros vacacionando, lo supuse por la cámara fotográfica y por ser miércoles.

Cuando el postre era nuestra ultima tentación, llego un padre con su niño (supongo), para comer. La única mesa vacía era la de atrás de la otra familia. Compartían respaldo de uno, de esos sillones encastados en el suelo. En aquél respaldo ancho, la mujer había dejado la cámara. El hombre que por casualidades inexplicables, si no fuera por la nociva publicidad, tenía una igual, sin girarse, dejo también la suya. La mesa de la familia normal (qué mal suena, ¡malintencionados católicos!) terminaron de comer, se levantaron y la señora agarró la maquina que no era la suya. Yo, lo vi, pero no dije nada.

El hijo, más vivo que ninguno, al acabar de comer y coger la cámara para observar las fotografías tomadas anteriormente, se dio cuenta en seguida del error y corrió a buscar a la otra familia. No los encontró. Llegó entre soplidos medio desconsolado, como si le hubieran robado parte de su cuerpo: un riñón, el hígado o hasta quizás; el corazón. Pero si sigue teniendo una cámara igual me dije, me sorprendió tanto su angustia que me di cuenta, que eran los recuerdos lo que se le habían llevado. Su padre más calmado, preguntó al camarero si conocía a esa familia. El chico amable, lo negó con la cabeza y preguntó porqué. El susodicho le explicó el percance y dejó su nombre. Se llamaba Pedro Delgado, como el ciclista. Aunque no lo era. Lo hubiera reconocido. Se fueron y allí acabo mi Thriller domestico.

Los domingos, como a dios, a mi también me gusta descansar. Tengo tiempo para leer el diario, con atención y sin prisas. Tanto lo atiendo, que en demasiadas ocasiones presto un poco de mi tiempo a las necrológicas, debe ser porqué soy un hipocondríaco. Este pasado domingo la sorpresa me sobrecogió. Muere Pedro Delgado decía el titular, el subtítulo aclaraba que no era el ciclista. Sino un importante empresario que residía en EE. UU. Al leer y releer la noticia más me apenaba. El articulo, comentaba que era un hombre divorciado y sin hijos, eso me desorientaba, que por trabajo, había tenido que ir a vivir a Manhattan. Ahora, estaba de vacaciones por aquí para conocer a su sobrino. Y que en el hotel donde se lo había hallado muerto había una nota en la que se podía leer: Me he suicidado porqué he encontrado la felicidad, aunque no sea mía. Y una cámara fotográfica encima, donde en ninguna fotografía salía él.

Desde entonces, aún no he aclarado en mi conciencia si soy o no, un asesino.

Ay, Ay por el Ay.


En los días pegajosos de playa, el calor, mal aliado, golpea con humedad lo valeroso. Pero mi hija de trece meses, intenta proseguir con su autoaprendizaje sobre lo que en su futuro (porqué ahora aún no) lo llamaremos andar. Se cae, y vuelve a levantarse una, y mil veces. Sin tregua y con entrega, con ilusión y coraje. Yo, para meterme al agua no tengo tanto valor. La vida desde pequeños nos enseña que si queremos algo, debemos trabajar duro para conseguirlo. Que nada es gratis, ni el amor de una madre. Mi hija, día a día, caída a caída, me recuerda que el futuro y la eficacia, está en el esfuerzo.

sábado, 7 de agosto de 2010

Treinta segundo de tranquilidad.

Uno cree, o eso le hacen creer, que en el mar, va encontrar una paz que durante el resto del año, se le escapa asustada por la rutina cochina. Carga el coche de trastos casi todos inútiles, y como pasa desde hace treinta o cuarenta años en España, va del campo a la playa. En un cuchitril, pequeño, anticuado y gris.
El problema es, que esa creencia como pasa con dios, la tenemos demasiados, y los pueblos costeros en cuestión, se ponen inhabitables. Porqué la gente en masa, se descontrola y empieza a olvidar las normas de civismo. Y el “yo más” toma el poder. Tu gritas “yo más”, tu meas en la calle “yo más” y así con casi todo.

Uno, toma los utensilios necesarios, que la mujer requiere para ir a la playa, yo con bañador y toalla me sobra, y se adentra en la arena como si fuera una selva de cuerpos. Hay de bonitos, feos, y la mayoría; ni chica ni limoná. Un mundo, el de la playa, repleto de micro mundos. Cada familia, pareja, persona o grupo está dentro de su biosfera privada. En un circulo reducido sin entrar si no es, para molestar, a los otros. Pero todos en conjunto forman un ruidoso circo de personas desmelenadas y sin sentido del ridículo, molestándose unos a otros. Y tú que creías que allí encontrarías la tranquilidad, te das cuenta, que debajo de agua, donde si que todo se queda en calma y en silencio, solo duras treinta segundos. ¡Maldita necesidad de respirar!