martes, 22 de abril de 2014

De vuelta al poliamor

Separarse puede ser: bueno, malo y ni chicha ni limoná. Depende de diferentes factores. Uno de ellos es el por qué. También está supeditado a si se tienen hijos o no.
Es bueno, sin duda, si es lo que deseas. Sin embargo, si se tienen hijos y la custodia es compartida, dentro de lo bueno hay una mitad de malo, que es, cuando estas sin ellos. Pasas a perder media vida suya y a la vez, tuya.
Es malo, si te abandonan sin razones aparentes. Y si se tienen hijos, aún peor. Si se va con otro/a, es, para escribir una tragedia. Aunque si es tan mala puta para hacerlo; cuanto antes mejor.
Es ni chicha ni limoná, cuando ya la convivencia es igual que la separación. Hay millones de personas que son así; ni chicha ni limoná. Algo fuera del alcance de mi entendimiento. Pero las hay.
En la separación aparece (en algunos casos, si no es por cambio de pareja) la soledad. Hay dos grandes tipos de soledad. La primera, es con la que habitamos. La segunda, la que nos habita (la idea no es mía, debo reconocerlo. Pero me pareció fascinante. Así que me la tome prestada).
Podemos conseguir habitar lugares en soledad, se nos puede hacer pastoso, terriblemente irresistible, incluso lastimarnos moralmente. Herirnos. Debemos revelarnos y luchar para cambiarlo.
Sin embargo ¿cómo echar la soledad que nos habita? Podemos probar la teoría (que nos viene como anillo al dedo) “Un clavo saca a otro clavo”. Pero aquí volvemos al comienzo. Todo depende del como haya sido separarse.  Y separarse, en la mayoría de ocasiones es una putada, pues pocas veces acaba bien. Si no, pregúntenselo a los críos.


¡Viva la vida en pareja! (Lo que no significa la monogamia).

lunes, 14 de abril de 2014

¿Quién soy?

A menudo, me quedo un tiempo indefinido frente al espejo, convenciéndome de que ese, es el cuerpo que ahora habito. Seguidamente, me pregunto, cómo si en algún lugar remoto de mí cerebro tuviera que encontrar una respuesta ¿Quién soy realmente? Después, la rutina, me entierra, viva, la duda. 
Y en la reencarnación no creo.   

miércoles, 9 de abril de 2014

Trofeo

Media mañana. Desayunamos con un amigo sentados en la mesa que da al ventanal. Se nota la primavera en la ropa de las mujeres que transcurren calle arriba o calle abajo. Los colores las invaden. El anhelo de que el sol dore su piel empieza a consumirse. Y eso, nos encanta. Pedimos lo de siempre. La camarera nos sonríe y pide a ver quién paga hoy.  ¡Es primavera! Le contesto. Como si eso pudiera quitar un poco hierro a todo lo demás.

-          Follo poco. Me dice, de buenas a primeras mi amigo.
-          Folla más. Le respondo.
-          Ya me gustaría. Dice con un tono un poco indignado.
-          ¿Y pues? Pregunto. Muy a la Vasca.
-          Mi mujer no quiere hacerlo más.
-          ¿Es ese el único problema? Sorprendido le pregunto.
-          Sí.
-          Pues tienes tres opciones: convencerla para joder más, joder con otra o joderte.
-          No, si ella me dice eso, que me busque la vida.
-          ¿Y qué te da miedo?
-          Que se la busqué ella también.
-          ¿Y qué problema hay?
-          Me da miedo que se la follen mejor de lo que hago yo. Bien, no es miedo, es un sentimiento de terror e impotencia, de inferioridad, no sé.
-          Y al amor que le den por el culo. Que se enamore de otro te da lo mismo. Siempre has sido igual de romántico.
-          Nos queremos. Mucho. Quizás demasiado.
-          Ten cuidado que no la dejes de querer y la empieces a odiar. O viceversa.
-          Es imposible.
-          También era imposible cuando empezaste a ir con ella que te propusieras follarte a otra y aquí ya hemos llegado.
-          Pero no lo he hecho.
-          Lo que no significa que no lo hagas.

No hace el suficiente calor para desvestirse demasiado. Y aún así, hay quién enseña todo el invierno de gimnasio igual que un trofeo conseguido a base de esfuerzo, esfuerzo y esfuerzo.  

¿Somos un trofeo?


¿Aspiramos a ello?       

miércoles, 2 de abril de 2014

Apurar pitillos

Las noches pueden ser largas por distintas razones. Me dijo. Mientras, seguíamos apurando aquel pitillo, sentados en el viejo sillón de su padrastro. Ella nunca fue buena. Yo nunca fui malo. ¿Rebelde? Quizás. El silencio se apodero de todo, el olvido casi.

Hace mucho que dejé de apurar pitillos. Que me corté el tupe y abandoné, seguramente por obligación, los pantalones demasiado apretados y la chupas de cuero. Una elección, puede, que para llegar a la vejez. Media mañana. Desayunando con una antigua amistad acabamos, igual que casi siempre, recordando el pasado.
-          ¿Preferirías vivir ochenta años con la vida que nos ha tocado vivir o cuarenta con los excesos que tú eligieras?  
-          La verdad es que no lo sé. Ahora, sin duda, llegar a los ochenta. Por dos razones.
-          Pues yo, si hubiera podido, viviría al límite y no me importaría dejar un bello cadáver.
-          Siempre has sido más Rocker que yo.
-          ¿Qué es la vida?
-          El tramite que transcurrimos des de que nacemos hasta la muerte.
-          A veces, eso no es vida.
-          Sin duda.
-          ¿Cómo morir si no has conseguido vivir?
-          Hay vidas que son desiertos.
-          Y desiertos, que son vidas.
-          Vidas desvividas y vidas que nunca viviremos.
-          Entre todas, una, una y solo una. No más.
-          ¿Pagas tu, pues?
-          Pago yo entonces.



Viajes a la melancolía. Viajes, para revivir lo enterrado. Viajes de ida, con regreso obligatorio. Y apresúrate en volver, que no te alcance el pasado.

 Mientras,  se marchita el presente.