jueves, 31 de marzo de 2011

Japón.


Las manos levantadas. El niño, alza los brazos, ayudado por su madre, para qué el señor con bata blanca, compruebe el nivel de radioactividad que puede tener ese cuerpecito. Detrás, una niña sigue con el mismo protocolo. Como con una pistola, apuntados, quién sabe, de momento, si por la suerte o por la desgracia. Los señores de blanco, los que realizan la prueba, parecen por sus atuendos los cocineros de cualquier colegio. No creo que esos trapos sean muy protectores ante esos niveles de radiación. La madre, tan preocupada por su hijo se olvida de ella misma. Y el sitio, porqué negarlo, no tiene apariencia de estar muy preparado.  Volviendo al niño, su mirada, es de miedo ante ese doctor desconocido, porqué ya saben, la radiación es invisible.  Por eso tiene la frente fruncido. ¿Quién sabe el resultado que dio la maquina?
A veces, al salir a correr, uno tiene la extraña sensación que el cuerpo dice basta y sin embargo la cabeza, pide que sigas.  A veces, ocurre al revés. Pero en todos esos días llega un momento, en que el cuerpo, le gana la partida al cerebro. Y paras. A veces, más lejos, a veces, más cerca.
A veces, uno tiene la chocante sensación que la realidad supera a la ficción.  Normalmente, ocurre al revés. Pero cuando es la pureza de los hechos los que azotan a tu cerebro, no queda más que dejar ganar la partida a lo axiomático. Y reaccionar. A veces, ayudando más, a veces, menos.
Inspirar en ese precioso momento. Recuperar el aliento,  buscar fuerzas de cualquier rincón inhóspito, olvidar la sed, tragar saliva y darlo todo. Con nobleza. Volviendo a la pelea de esos dos conceptos y arrimando el alma, al lado de la cabeza. Para seguir o proseguir hasta caer exhausto.  Y esto, es lo que hacen la mayoría de japoneses, azotados por ese porfiado de desgracias.
Fuerza. 

viernes, 25 de marzo de 2011

Ojos.

Seguramente, alguna vez, ha tenido la percepción por la mirada de su interlocutor, que mientras con las palabras decía blanco, con los ojos pensaba negro. Entretanto, la conversación sigue su curso y usted, se va alejando de ella pensando en lo que el otro no dice.  Sin escuchar, aunque la charla siga viva. Alejado de la historia contada e inmerso en la que es callada.  ¿Cómo saciar la curiosidad levantada? Se puede, si eres de los desvergonzados, preguntar directamente sobre lo que cuentan los ojos. Se puede, también, si eres más indeciso, procurar encontrar algún atajo, que no es un camino, para llegar al porqué de la mentira, descubriendo así la verdad, no siempre funciona. O incluso, se puede, si eres un despreocupado, ignorar lo contado por la boca y desoír lo explicado por los ojos. Indiferencia pura ante el grito de ayuda de un interior miedoso, dominado por un cerebro malicioso. Pero quizás, en este último caso, la vida empieza a perder un valor importante; la estimación. De los que se preocupan por saber, me gustaría contar, que son los que realmente escuchan. No los que oyen, son, me reitero, los que escuchan. Los que vale la pena tener de amigos, porqué el egoísmo feroz de esta sociedad, aún no ha empezado a formar metástasis en su interior. Y serán esos, sólo, los que realmente sepan ayudar. Por eso, por favor, si algún día, al hablar contigo observas que en mis ojos, hay un rotulo de ayuda, se una sinvergüenza. Qué yo, siempre lo fui.         

martes, 22 de marzo de 2011

Muerte.

Azul. El cielo esta azul nítido. Pero la calle es gris. Gris cemento. Con sombras abducidas yendo de aquí para allá. Sin gesto en el rostro. Inertes de sensaciones. Con prisas. Clones unos de otros. Hijos del consumismo. Con vidas solitarias sin intercambio de nada social. Anacoretas de ciudad y de sus penas. Misántropos todos. Sintiendo aversión unos de otros. Son andróminas. Vivir así, no es vivir concluyo. Por eso sacó su fusil y cuenta, que empezó a dispara. Ríos de sangre, gente llorando, gritando, corriendo, en fin; sintiendo.    

lunes, 21 de marzo de 2011

Fuerza.


Después de ver las revueltas de algunos países islámicos, creo, que la democracia es, hasta el momento, la mejor manera para que la población civil pueda vivir en paz, y a la vez en desacuerdo. Sino, mirad aquí en España a cuantos, aún, colgaríamos por los cojones, por lo que hicieron durante la dictadura. Y gracias a esta dicha, convivimos.  No sin tragar mierda.
Buen camino al liberalismo. Y fuerza.    

viernes, 18 de marzo de 2011

Elvis - Suspicious Minds




Lo claro es que los espectadores, van a ver un espectáculo y él, sabía dar espectáculo.
Sino miradlo completo.

Tropiezo.

Pintura: Joan Mateu

La terraza estaba repleta. Desde que los fumadores no pueden hacerlo dentro, el fuera es un siempre lleno. Él, pretendía ir al servicio. Pero… Tropezó. Fue por culpa de esos adoquines desiguales. Y al caerse, se apoyó con una señorita que estaba sentada. Su mano fue resbalando por el muslo en un suave desliz hasta acariciarle todo el sexo. La verdad, es que eran dos desconocidos, que llevaban diez minutos mirándose, con miradas furtivas. Pero ese tropiezo, les izo unos apasionados toda la noche.
De madrugada, ella, curiosa, le preguntó si fue el tropiezo a voluntad propia. Él, nunca respondió. Y al irse, se lo volvió a preguntar. Silencio. Sentadas en la escalera, se quedaron, ella y su duda. Ella, con una sonrisa.     


miércoles, 16 de marzo de 2011

Niño portero.

Había pateado el balón con demasiada fuerza. Por eso seguía yo, allí, medio tumbado, medio incontente, apoyado en ese pequeño árbol, que a mi madre se le ocurrió, unos pocos días atrás plantar en ese lugar. Sin darse cuenta la pobre, que estaba en un sitio inmejorable para hacer de poste de portería.  Mí hermano, cuatro años mayor, no podía parar de reírse. Y a mí, nadie me atendía. ¿En qué maldito momento se me acudió hacer caso a mí hermano y meterme de portero? Con él, de delantero centro, tirando un penalti a demasiada poca distancia.  

Pasaron unos minutos, hasta que no me encontré con la suficiente lozanía para levantarme e ir en busca a mi madre, siempre, en cualquier rincón de la casa, haciendo alguna tarea. Di varios tumbos por el hogar; en el garaje, era lo primero que me encontraba al entra, no estaba, en la cocina tampoco, el comedor apreció ante mi inmenso y vacío, debía ser por el impacto, de no encontrarla o de la pelota, en su habitación todo correcto como siempre pero sin ella, en la mía, igual que en la anterior y por fin, en la de mí hermano, que aún debía estar en el jardín riéndose o comiendo un sándwich ya omitido de cualquier carga y olvidado de todo mi trauma, allí la encuentro, dejándole todo colocadito. Con mi mejor cara de mocoso, sucio y llorón, envidioso de encontrarla en el cuarto de ese bandolero, entre suspiros, llantos o yo que se que magnifica actuación, le cuento el suceso. Ella, tan dulce, cariñosa y maravillosa madre, me coge entre sus brazos, abrazándome, preguntándome si estoy bien y me lleva al cuarto de baño para mojarme con cuidado la cabeza. Recupero un poco el aliento y la entereza, pero aún aprovecho el momento. Es unos de esos que a la vez que te vas haciendo mayor, se van hiendo sin darte cuenta, hasta que ya no queda ninguno. Me hace la merienda, y me deja sentado en el sofá, mirando los mismos dibujos de siempre, con mi hermano al lado, cerca, sin rencores, otra vez a punto para al acabar la serie, volver a empezar una nueva aventura, que como hoy, veinticinco años después; recordaré.

Muchos siempre cuentan, que el pasado fue mejor. Lo desconozco. Quizás, más feliz porqué de niños, teníamos menos cargas y obligaciones. Quizás. Pero lo claro es, que donde nos encontramos es en el presente y con esto, debemos vivir. Ahora, nos toca a nosotros, limpiar las heridas y acompañar en el desarrollo, suyo y nuestro. Para qué por lo menos, nuestros hijos, puedan vivir, como lo hicimos y con las mismas oportunidades que tuvimos.     

lunes, 14 de marzo de 2011

Feo.

Era feo. Muy feo. Tan desagradable como un día gris. Como noticia triste. Como una pena, que pesa hondo. Igual que un susto, daba pavor verlo. El pobre no tenía nada bonito, casi, nada normal. Era lo antiestético. Enojoso incluso para el ojo ajeno.
Todos sus conocidos, creían, que nunca encontraría el amor. Que la soledad sería su única compañera. Pero se equivocaban. Él sabía que no se necesitaba ser bello, para hallar un amor bonito.

¡Pero por dios que no procreen!       

jueves, 10 de marzo de 2011

Cajón.

Tiré el mueblo viejo.
El de los cajones sin fondo.
Donde metía las desvergüenzas
De los dos.
Al bajarlo por la escalera,
Cayó la gaveta.
Y como un vomito,
Quedó,
En el rellano,
Todo nuestro desamor.
No lo limpié.

lunes, 7 de marzo de 2011

Un cuerpo.

Tenía unos inmensos ojos verdes. Unas cejas lineales y elegantes. Unos cabellos largos, lisos y morenos. Una frente despejada. Las mejillas eran el sitio perfecto para empezar a besar. Pudiendo seguir por todo su dulce rostro, acabando, en esas comisuras, suavemente. Para saborear los carnosos labios después. Un cuello delgado y largo, lo suficiente, para hacerlo una senda para mis caricias. Unos hombros esbeltos, con unas clavículas marcadas, pronunciadas incluso. Por delante; unos pechos, no excesivamente grandes, ni demasiado pequeños. Exactos para mí mano. Una barriguita encantadora. Encadenada a una pelvis dueña de mis deseos. Olvido, aposta, todo su sexo, por no parecer vulgar. Los muslos infinitos, blancos y delgados. Y seguía extremidad abajo hasta unos pies pequeñitos, con sus deditos. Por detrás, la espalda, bajaba como un reloj de arena blanca, marcando su estrecha cintura. Haciendo esos surcos maravillosos justo por encima del culo, en la zona lumbar. Y que decir del trasero. Suave como la ceda, terso, con su volumen necesario, color marfil y con gravedad propia. El trazo de sus piernas del mejor pintor. Unos gemelos finos e incluso, un bonito talón de Aquiles. No me cansaba de dibujarla, puede, que durante esa noche siguiera sus pinceladas un millón de veces. Pero al despertar, descubrí de lo que carecía. Entendimiento.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Zacapa, un buen Ron.


El amor es como una copa de ron.

El primer sorbito te arde de la boca al estómago. Te da una felicidad extraña; nueva.

En el segundo, si el primero fue largo, la ignición es menor. Pero por lo contrario, la felicidad sigue trepando, desde el vientre a la cabeza. Desde las vísceras al seso.

El tercero es casi instintivo. Inevitable y forzoso, para poder mantener la sazón. El que te regala más tiempo hasta el cuarto, depende mucho del grado de alcoholismo o de pasión de cada persona. Pero alarga su aroma en la boca, su sensación de embriaguez. Podrías decir que ya estamos borrachos o enamorados. Y con el amor igual que con la ebriedad, cuando alcanza su punto máximo, solo puede descender.

El cuarto, es egoísmo puro. El penúltimo asalto, intento. La trompa o el cariño es tan magno, que te niebla la vista, los sentidos, la razón, incluso, el entendimiento. Esperando que ese culillo que dejas porque estas saciado, más tarde, pueda ayudarte, a volver atrás. Retroceder, quizás, al principio. Y saborearlo todo, de nuevo, con más sosiego, sin tanto ímpetu. Pero el quinto, es el último.

Y el quinto, es como un naufragio. Interno. Pero naufragio al fin y al cabo. Lloras sin saber porque o ríes sin control. Añorando todo lo que ha pasado durante ese tiempo finito e infinito. Mirando el culo, vacío, recordando, en cámara lenta, que una vez hubo algo que lo lleno e ídem que pasó, con este corazón vacante, desempeñado y que se lamenta.

¡Salud!