Triste. Como un reloj de pared, perdiendo las horas; con quejas. Hundido en la butaca. Con el televisor encendido y sin atención. Amargo de amargura. Sin querer poder o sin poder querer. Pretendiendo cambiar lo que siempre todo queda igual. Condicionado por la codicia, pongo el piso del revés. De arriba a bajo, lo cambio todo, de derecha a izquierda, todo. Nada queda como antes. Una transformación. Fuego nuevo. Pinto la pared, del color de la alegría. Abro ventanas, dejo, que entre el aire. La alteración se apodera de la atmosfera, debajo, la metamorfosis, lo hace de mí y mi estado. Cierro el televisor, pongo música. Me siento en el otomano con un libro en la mano.
De repente, oigo la cerradura. Sigo sentado, medio tumbado, en este nuevo descubrimiento. Más feliz, con más moral, animado incluso, pelado como una rata, pero satisfecho.
- ¿Qué ha pasado aquí? Pregunta ella, medio cabreada.
- Lo he cambiado todo, he innovado, necesitaba un cambio. Respondo, rotundo.
- ¿Sin consultarme? Pregunta un poco más cabreada ya.
- Sí. Es que no estabas. Llevas un mes fuera, ¿recuerdas? Irónico…
- Ahh!!! Y por eso no me habías dicho nada ¡claro! Ya estaba cabreada del todo.
Y en un instante, me di cuenta, que no era la decoración de mi hogar lo que tenía que haber cambiado, sino, la de mi vida. No era el decorado, era la escena.
4 comentarios:
Ay, cómo te entiendo.
Años cambiando de peinado, de ropa, de muebles, de auto, de colores.
Lo único que tenía que cambiar para ser feliz era de marido.
En realidad, cómo entiendo al señor del cuento, jajajajaja.
No confundamos al mensaje con el mensajero!
Para nada biográfico. Tengo los mismos muebles desde hace tiempo. Algún día, habrá que cambiarlos.
¡Pobres mensajeros! Todos, con el mismo final.
Un saludo.
Yo me quedé con los muebles. El resto creo que lo cambié todo. Hasta a mi mismo.
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