jueves, 15 de diciembre de 2011

El amigo.

Ana, desde pequeña, tenía la costumbre de escribir a Manuel. Asiduamente sacaba papel y bolígrafo del cajón y sin más, empezaba a redactarle todas sus vivencias, al igual que se hace con un diario. Dos o tres cartas por semana. Al terminar de contarle todo, la cerraba, apuntaba la dirección y nunca el remitente y en silencio, a escondidas, salía del piso, bajaba en pijama hasta la calle y apresurada, tiraba la carta en el buzón que quedaba justo delante de su portal. Una especie de esas que hoy, se encuentra en peligro de extinción; al igual que las cabinas telefónicas. Su madre, sabedora del asunto,  la observaba siempre desde la ventana con una sonrisa, pensando que era cosa de niños. Pero la pubertad no cambió nada. La juventud tampoco y aún con treinta y pocos seguía sin colmar su apetito purgante de contarle a es amigo todo, por carta, tan arcaico, tan romántico. Igual que siempre; de noche y en secreto. Sin serlo. Hasta que un día, la madre, medio preocupada, en ese estado en el cuál están casi siempre las madres, le preguntó a Ana:   -Cuando nos presentaras a ese amigo.
Ella, enrojecida, al encontrarse descubierta, gritó: - Nunca.
La conversación murió allí mismo, cómo mueren los soldados al ser abatidos en el fragor de la batalla.
Pocos días después, se marchaba de casa, iba hacer un master a Boston. Dos años. Sin escribir ni una sola vez por carta a sus padres. Alguna llamada breve y distante al hablar con su madre. Cuando estas durmiendo, soñando, si alguien te despierta, descuartizando ese mundo ficticio, es realmente molesto, es desagradable, fastidioso y enojarse habitualmente es el resultado. Si eso pasa estando despierto, los síntomas se multiplican y la huida coge fuerza.
Al regresar, Ana, les contó a sus padres que se casaba. De una forma sencilla, con pocos invitados y por lo civil. El afortunado se llamaba Manuel. El día de la boda, la madre se acercó sigilosamente a Manuel, al igual que Ana iba al buzón, para preguntarle si guardaba las cartas. Manuel, sorprendido, respondió: ¿Qué cartas?            

4 comentarios:

Gala dijo...

Ups...
Las madres en su afán protector a veces tan indiscreto no saben guardar los secretos y rompen con inocente impertinencia la mágia que se crea en la mente o el corazón de las hijas, que como dices al verse descubiertas pierden a golpe la ilusión que tambien generaba la nocturnidad y el secretismo...

Lástima.

Besitos mediterráneos.

Lila Biscia dijo...

que lindo y que triste a la vez...
todos (todos, no se, pero para mi que si) tenemos esos amores que quedan por siempre adentro, y permanecen, aun cuando la vida continúe lejos de ellos...

que lindo.

besos

Dany dijo...

El diario de Ana lo tiene Manuel.....y otro Manuel la tiene a Ana a diario ahora. Abrazo!

Jou McQueen dijo...

Gala: La cuestión es, era o no ese amigo imaginario. Supongo.

Un saludo.

Lila: Gracias.
Sí, quedan en un rincón, escondidos, cómo en secreto.

Un saludo.

Dany: ¡Qué síntesis tan perfecta!

Un saludo.