Estoy seguro que soy capaz de enamorarme de mil mujeres
distintas. Y en cada ocasión, por un simple detalle. Pero aún estoy más
seguro, que hay otras cien millones con las cuales no podría convivir más de un
par de horas.
A veces, por su dulzura, a veces por su crueldad. A veces,
por su delgadez, a veces por unos quilitos de más. A veces por su sonrisa, a
veces por su enfado. A veces por su mirada, a veces por estar dormida. A veces
por su dominación, a veces por su sumisión. A veces por lo que habla, a veces,
por lo que calla. A veces, por la soledad, a veces, por la compañía. A veces,
por su espontaneidad, a veces, por su precaución. A veces por sus palabras, a
menudo por sus atributos. A veces por su melena, a veces por su rapada. A veces,
por su brillo en los ojos, a veces, por la tristeza que esconden. A veces, por
imposibles, a veces por fáciles. A veces, por atracción y otras por apatía. A veces,
sólo por sexo, a veces, sólo por amor. A veces por su ropa de abrigo, a veces,
por su falta de ella. A veces, por sus manos, a veces por lo que saben hacer
con ellas. A veces, por sus pecas, a veces, por su surcos en la mejilla. A
veces, por su blanca piel, a veces, por ese moreno dorado. A veces, por sus
gafas de sol, a veces, por la luna. A veces, casi con todas, a veces, con casi ninguna.
Pero aunque me declaro ateo y lo soy, el catolicismo hace
tanto que nos domina que la monogamia es un estado natural de esta sociedad
moderna. Desconozco otra forma de vivir, quizás demasiado moralista, quizás demasiado
confiado, pero claro ¿En que basar una relación si no es en eso? En la
confianza.
Si
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