Creo que un perro se está riendo de mí. Con una mano me
sujeto la manguera y con la otra aguanto el resto del cuerpo anclándola en un árbol.
Me parece que debe ser muy tarde para acostarse y muy temprano para levantarse
¡¿Qué coño debo hacer?! No intento apagar ningún fuego. En el árbol paralelo hay
otro individuo con los mismos problemas urinarios. El perro sigue mirándome
fijamente, deseo que lo único a que espire sea a reírse. La noche es fría aunque
mi cuerpo no lo percate. Retorno casi por imperfección al interior de la sala
donde el tiempo pasa sin procesar.
-
¿Bailas? Me pregunta ella.
-
Lo puedo intentar. Pero soy más de barra. Si quieres,
te puedo mentir, lo hago muy bien; lo ves.
-
¿Bailas o no? Insiste.
-
¿En horizontal o en vertical? Pregunto.
Y se va.
Paso no se cuanto tiempo más en oscuro. Y al salir, aún está
el perro allí sentado, como esperándome. No le digo nada, lo ignoro, sin
embargo él, me sigue hasta casa. No le invito a tomar la última copa. Unos días
atrás me han detectado unas intolerancias alimentarias y creo, no estoy para
nada seguro, que para hoy ya me he pasado en la ingesta de los no recomendados.
Caigo en algo blando, dejo para mañana descubrir si es el sofá o la cama.
Al despertar. Abro la puerta y observo que el perro ya no
está.
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