viernes, 20 de junio de 2014

El Rey

Imagen de "El País"
Rey. Rey es una palabra que suena muy arcaica. Y sin embargo, aquí, en España, tenemos uno de nuevo, por obra y gracia vaginal. Como casi siempre. En la imagen, un instante del besamanos.  Si obviáramos la cámara fotográfica del centro, al menos yo, no sabría decir en que siglo está tomada. El nuevo Rey; Felipe VI, la nueva Reina; Doña Letizia, nieta de un taxista, no todo es igual, un torero; el del parche en el ojo y una mujer casi arrodillada haciendo el saludo protocolario. ¿Escena de 2.014? Sí.

Vamos a detallar la fotografía. El fondo, el escenario, la decoración es todo de otra época. Dudo, que nada de ese mobiliario sea comprado antes del 1.800. El dorado para las patas de las mesas desde la crisis no se lleva. Los esculturas, tallas bustos, o lo que sea que se observa al fondo son demasiado celestiales, incluso aladas, para los tiempos de incredulidad que corren. Dios me libre. De los personajes hay: Un rey, una Reina, un torero y una mujer con una estrella de cinco puntas tatuada en la muñeca con la que saluda a la Reina, que no voy a relacionar con Adán pero sí, con la estrella Damm. Para no hacerlo todo tan rancio.  El torero, como he comentado anteriormente es el del parche en el ojo. Ojo que perdió por el asta de un toro, en la plaza, haciendo una faena. Debo reconocer que de las corridas de toros lo único que me gusta es leer las crónicas. Todo lo demás lo encuentro primitivo. El Rey va con su traje de luces y solo, al igual que la reina tan acicalada, tiene ojos para el torero, para el matador. La señora está, pero para ellos es como si no estuviera. Un fotógrafo por detrás toma la instantánea al mismo momento que es tomada esta, si pudiéramos verla sería como ver esta imagen en un espejo, veríamos la otra vertiente. Sin embargo, el resultado, seguramente sería el mismo.

No creo en los cargos por genética. Aunque debo decir que hoy, no encontraríamos a mi entender nadie tan preparado, tan abnegado por un pueblo como creo será este nuevo Rey. Lo que no significa, sin duda, que espero en vida y no llego a los cuarenta, poder ver una república.   

    

miércoles, 11 de junio de 2014

La propia mierda

Desayunando. Desayuno una vez al día, cada día. A menudo, más por vicio que por necesidad. Es una forma de ir a favor de la vida. Es que no soy de perder el tiempo. Todos los días, en la barra, hay el mismo hombre sentado. Todas las mañanas, al llegar, ya está y cuando me voy, sigue allí. Cómo quién no tiene nada que hacer, acompañado por un café ya tomado y, guiado, por una mirada perdida. Como si sus pensamientos navegaran a la deriva, en la infinita confusión de un cerebro traidor. Seguramente, no soy muy de perder el tiempo por que creo en la nada. En la nada, como forma de existencia o inexistencia. Creo, realmente, que nuestro tiempo es limitado, nunca eterno. Creo que la vida es lo más preciado, sin ella, nunca tendríamos tiempo. Y por eso, temo a la muerte. Aunque crea que es tan natural como la vida. Quizás, ese señor sea católico, evangelista, musulmán o de cualquier otra religión que crean en una perpetuidad celeste, algo, para mí, incomprensible. Y ante tal oportunidad, espera, con esa calma, paciencia y seguridad. Soy conciente que para muchos mi forma de gastar mi tiempo, es, para ellos, perderlo. Pero, joder, por eso mi tiempo es mío. Igual que el señor e la barra, hay millones de personas que pasan por la vida, únicamente haciendo eso, pasar. Deambulan allá por donde va. Como si les sobrara tanto tiempo que no supieran que hacer con él. Y no es que no tengan con quien compartirlo, si no, que sus acompañantes, casi siempre, son igual que ellos. Atrapados en la desdicha del no saber disfrutar del poco y miserable (para mí) tiempo que poseemos. Personas, que nunca han gozado de meterse en el asiento trasero de un coche. Del amanecer al mar o el atardecer en la montaña o a la inversa. De la oscuridad de la noche o la luz del día. Del viento, del sol, de la lluvia o la nieve. De esconderse debajo las sabanas. De un verso o una canción, un párrafo o un capitulo. De desnudar o desvestir. De una sonrisa o un risa. De una lagrima, una caricia, un beso o un anhelo. Personas, que nada les alegra. Nada. Son encefalogramas planos.  Personas tan distintas a mí y a la vez, tan iguales.

Comiendo. Hay un periodista en la tele que narra un genocidio como quién narra el crecimiento de la hierba del prado. Seguidamente, hay un montón de periodista en la rueda de prensa  del gobierno, que preguntan con tanto sosiego, que pienso que las medidas que acaban de tomar no van con ellos. Parece, que todo les va estupendamente.

Cenando. Vuelvo a comer pescado. Supongo será de piscifactoría. Aunque con la mierda que echamos al mar ya no sé que es peor.  Y en verano, deseamos bañarnos en él.


¿Nos bañamos en nuestra propia mierda?