De madrugada. Demonios. Demonios me visitan atronando un
sueño que des de ya hace mucho, no es para nada tranquilo. Les busco la cola,
los cuernos, el rojo del infierno y sin embargo, no consigo divisarles una
mirada en el rostro.
Sombras ruidosas con voz de mujer que no toman café, ni
comen fruta prohibida. Pasos rápidos sin nombre con tacto de mimbre. Sordos de
gritos y de constantes murmullos. De lengua agrisada y aliento de fría brisa. Hologramas
moribundos de tembloroso movimiento. Capaces de hacer un inmenso estruendo sin romper el
silencio, de asesinar la pasión para cualquier cosa y de bailar con alegría la
canción más triste. Vagabundos de madrugadas. Alcohólicos de penas. Habitantes del
quebranto.
Al anochecer. Invoco a los demonios y nunca aparecen. Se manifiestan
según su albedrío. Después, me siento en vela, poniendo todas mis espinas por
testigo, a esperarles. Hasta que un sueño viscoso y denso empieza a cerrarme
los ojos sin remedio. Lo demás, ya os lo he contado.
Y así, cada noche, cada amanecer, cada despertar.