Lunes. Me fascina mi talento innato de ser capaz de no
comprender casi la totalidad de los hechos que ocurren a mí alrededor. A veces,
soy como una roca en medio de la vertiente norte de una montaña llena de vida y
yo, tan inerte. Quizás sea porque me pregunto demasiadas cosas. Puede, que debería
asumir que la vida transcurre igual que el agua río abajo. Y al revés que en las películas concebidas
para engañarnos con príncipes azules, mujeres que no envejecen, o introducción, nudo y el desenlace esperado,
finales felices siempre, cansan. En la
vida acostumbran a sucederse momentos ordinarios, alguno feliz y baches
profundos en los que reflotar el ánimo es un esfuerzo que desgasta y crea
arrugas. Pero debemos conseguir del mismo modo que hemos hecho con los gin-tonics,
que un cubata ya no sirve exclusivamente
para emborracharse si no que es ahora algo elegante. Debemos darnos cuenta que en lo
corriente está la belleza, en el vuelo de un pájaro, la forma de una nube, el
caer de una hoja, en el enfado y en el desenfadarse, en la partida y en la vuelta
y, sobe todo tener en cuenta, que lo viejo no es
algo inútil y anticuado, sino algo o alguien lleno de valor. Porqué si perdemos
la aptitud de amar por culpa del paso del tiempo, los besos acaban estando vacíos.
Martes. El frío me ha resfriado. Tengo los pies y la espalda
helados. La nariz obstruida y el cuello como un estropajo. El cuerpo esta destemplado tanto como mi búsqueda
de la racionalidad en lo cotidiano.
Miércoles. Sigo en el mismo tránsito entre estar normal e inarmónico.
Jueves. Fin de año. Me sorprende poder acabar un año en
jueves. Todos deberían acabarse en domingo. Tampoco comprendo el tiempo, ni los
segundos, ni los minutos, ni las horas, ni los días, ni las semanas, ni los
meses y mucho menos los años.
Feliz 2.016
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