en noches largas y frías,
a ángeles rotos y ciegos,
a demonios de miel y espinas.
En antros de almas perdidas,
donde la tristeza habita,
se ahogaron mis labios tristes
en guaridas sin caricias.
Besé a un ángel sin alas,
con labios de pólvora fría,
y al demonio en su locura,
le di besos de ceniza.
Pero hay besos que no fueron,
que la luna no bendijo,
se quedaron en sus labios,
como duermen los olvidos.
Besos de infancia, dulzura,
que en la niñez sabían
a caramelo y a tierra,
al sol de las travesías.
Busqué esos besos de niño
en la desventura adulta,
en amaneceres torpes,
atardeceres sin culpa.
Besos como una victoria,
que escupen luego su rabia,
besos como una derrota
que sangran entre palabras.
Besé por besar un cielo,
un párpado y su quebranto,
y esos labios como un fusil,
me dispararon al llanto.
Besos que saben a nada,
que en la boca se hacen grises,
besos de lluvia que mata
lo que el corazón bendice.
Y así se pierden los días
entre labios fugitivos,
besando lo que no tuve,
besando lo que no vivo.
Hoy, al borde del espejo,
cuento besos y delirios,
besando los que se fueron,
los que nunca fueron míos.
Besos que di y no di,
en noches de sueños fríos,
buscando en bocas errantes
los besos de tiempos idos.
En antros que eran refugio
de los desalmados tristes,
donde las sombras te nombran,
donde el pecado persiste.
Besos robados al viento,
besos que nunca se dieron,
aún vagan por las calles,
como vagan mis desvelos.
Y yo beso en mi reflejo
los besos que nunca tuve,
los besos que di en el miedo,
los besos que en otros dudé.