lunes, 19 de enero de 2009

Ana, María, que más da.

Mientras me acercaba, me daba miedo que me reconociera, que mal rato. Hacia mucho que no nos habíamos visto y ahora, tener que hablar como si hasta la hubiera estado añorando no me venia en gana. Y al cruzarnos no pude evitarlo; Como estas le pregunté.
Bien respondió ella, sonriéndome.
Que haces por aquí.
Ya ves dando un paseo, buscando al sol.
Quizás yo te buscaba a ti, dije sonrojado.
Ya me has encontrado pues.
Te invito a mi casa, a tomar una ultima copa. (¡Joder! Si son las 4 de la tarde pensé seguidamente, pero ya era tarde para rectificar.)
De acuerdo, aunque no sea la ultima.

Andado a su lado hacia casa la miraba, y pensaba que estaba más delgada, y a la vez, con más pecho, sus ojos parecían más verdes y menos negros, quizás más alegres. Más rubia y sensual. Y al llegar, solo me preocupe de quitarle la ropa y hacerle el amor. Después, al acabar, se dio la vuelta y empezó a vestirse. Me fijé en la espalda buscando ese lunar que tanto había añorado y no estaba allí, solo algo parecido a una cicatriz. Como te llamas, pregunté.
María, respondió ella.
Tienes que saber que me has hecho pasar un muy buen rato, María.
Lo agradezco e igualmente.
Aunque, seguramente, si te hubieras llamado Ana, no seria sí.
Pero me llamo María.
Y se fue.
Desde entonces, nunca estuve seguro si realmente se llamaba María, o era Ana y me había engañado. Pero nunca me había sentido tan bien, estando o no en una farsa. Ana, María, que más da.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que buen escrito....

Abrazos...

puto dijo...

Cuanta duda, que sinvivir!!!

Anónimo dijo...

Yo quisiera copas últimas a media tarde y que todas las lunas fueran de miel. Qué más da! El nano.