jueves, 1 de septiembre de 2011

El hueco del garaje.



Al levantarme, me di cuenta que la cama estaba justo a la inversa de cómo me había acostado. También mi mujer, que seguía siendo la misma, no sé, si por suerte o por desgracia, estaba en el lado opuesto al de siempre. El baño, las escaleras, los armarios, todo. Era como si durante la noche, sin saber de que forma, todo lo nuestro y nosotros mismos hubiéramos entrado en un espejo o nos hubieran trasladado a la casa adosada contigua; la del vecino. Pero sin la vecina.

No le di más vueltas al problema. Repasé mis pensamientos por si seguían siendo los mismos o también se habían visto alterados, deduce que todo seguía igual, baje al garaje, subí al coche que también y por infortunio continuaba siendo el mío y no el del vecino. Debe ir atado con un lazo transparente el tema coche caro y mujer espectacular, supongo, en fin, que de lo trascendental, nada o casi se había visto alterado, arranque el auto y de repente la duda se apoderó de mí. ¿Tengo que ir a mí trabajo o al del vecino? Pues al madrugar siempre más que él, el primero en sufrir la incertidumbre fui yo. Pero eso, me daba la opción de elegir primero, no iba muy alineado para trabajar de director de banco, pero, ¿Qué podía pasarme?

Entré en la oficina, seguí el pasillo hasta su despacho, sitio donde me había metido sin vaselina una hipoteca para treinta años y con una sonrisa, dicho: “Te llevas unas condiciones que a casi nadie hacemos” En la práctica eso resultaba ser, al cabo de media vida, haberles pagado a esa entidad más de 60.000 € sólo en intereses. A parte, de ser vecino suyo, envidiando todo lo que él tenía de más, que era mucho. Incluyendo en ese resentimiento: una barca, un coche de lujo, en par de motos, alguna bicicleta de altas prestaciones,  un sin fin de aparatos de esos inútiles, y toda clase de ostentaciones. Me senté en su sillón, pasé el día sin hacer demasiado nada, a parte de mirar el culo y el escote a la subdirectora que entraba a decirme cualquier cosa, pero muy cariñosa siempre. Fui por primera vez a una comida de negocios, o sea, mucho fanfarroneo, más alcohol y pocos tratos razonables, una café con hielo y para casa.

Al llegar y saber que mí mujer a esas horas aún seguía en el trabajo, paré en frente de la vivienda del vecino y pensé en entrar, no por nada, únicamente para follarme a su esposa y darme cuenta, que a veces, el dinero no lo es todo. No se que hacía aún sin separarme, y largarme con aquella vecina. Pero dejé el coche en el garaje y me acosté para ver qué pasaría al levantarme.          

4 comentarios:

Gala dijo...

Muy surrealista tu relato...
Jou me he quedado con algunas frases, pero como tampoco sé si es inventado o a titulo personal me voy a reservar las opiniones...
De momento te diré, que ya puestos a suplantar la identidad del vecino... deberia haber rematado la faena... perder no podia perder nada... y ganar... bueno, una alegria para el cuerpo (que no tiene precio...), seguro, y es que...obviamente el dinero no lo es todo...

Así que la próxima, te sugiero que remates.
Besito.

Dany dijo...

Bueno, tiene adrenalina eso de acostarse para ver que será distinto a la mañana siguiente. Igualmente la vida diaria del banquero es poco emocionante. Abrazo"!

Malena dijo...

Espero seguir despertando cada mañana del mismo lado de mi cama. Mi vecina tiene un marido espantoso y es ama de casa.

Jou McQueen dijo...

Gala: No dices nada, pero lo dices todo.

Un saludo.

Dany: acostarse en la cama, o con la vecina¿?

Un saludo.

Malena: Espero despiertes siempre bien.

Un saludo.