El cuerpo seguía inerte, en el mismo lugar, con la misma postura. Difícil después de muerto revivir. Sin embargo, los hechos estaban aún muy vivos. Los seis testigos oculares no se habían movido; ni un centímetro, ni un suspiro. Tenían las cuartadas encerradas en sus gargantas, igual que están las balas en los cargadores, apunto para ser disparadas, pero esta vez contra mí. Yo, era el encargado de resolver ese extraño suceso y la verdad, no sabía por donde empezar.
Pedí al juez que no se levantara el cadáver hasta haber hablado con cada uno de los sospechosos. Lo único claro era que el hombre había muerto de una aguja clavada en el costado. La mujer de la victima seguía muy afectada, el director del banco parecía sorprendido por lo ocurrido pero no muy alterado. La trabajador que estaba de cara al público intentaba consolar a la mujer acompañadas por la señora de la limpieza y los dos restantes, eran clientes, que según ellos, les había pillado una casualidad nada casual. La oficina era un espacio reducido con lo cuál, no es raro que estuvieran todos, un poco apretujados. La distribución era peculiar: puerta de entrada, un pequeña sala de espera, donde en seguida, sólo un paso adelante, eran atendidos los clientes por la señorita que se encontraba detrás de una mesa, al lado, la mesa del director y casi seguidamente, un enorme ventanal, que era el lugar en donde en esos momentos la señora de la limpieza estaba situada, de espaldas a la acción.
Comencé a preguntar a la mujer de la victima. Así podría marchar de ese lugar lo más pronto posible. Durante el transcurso de la investigación me contó que ellos estaban siendo atendidos por la muchacha cuando sin saber por qué, el director pidió ser él quién los atendiera. Dio la vuelta por detrás suyo y se sentó en el lugar de la chica, ella, fue por el mismo camino a la mesa del director. Mientras uno de los clientes, seguía esperando, dejando pasar a uno y a otro, poco después, su marido, cayó fulminado con esa aguja clavada en el costado. Únicamente iban a sacar dinero para la compra semanal. Me evidencio su cuartada diciendo, que eran dos farmacéuticos jubilados que lo habían vivido todo juntos y ahora se quedaba sola. ¿Por qué justificarse si no había sido ella? pensé.
Seguidamente, hablé con la mujer de la limpieza, que me parecía por su posición tendría poco que contar, pero erraba. Ella, a través del reflejo de la ventana vio que el director pasaba algo a la chica y la chica a uno de los clientes. A continuación, se acercó a la victima y poco después cayó muerto. Culpar a los demás es una buena forma de auto exculparse, concluí.
Interrumpidamente investigué a la trabajadora de la oficina. Quién después de intimidarle con ese juego de manos, me contó que el director quería interesarse por atenderlos él, debido, a que desde tiempo atrás tenían algún recibo del hogar sin pagar y era por ver, si así, conseguía avanzar cualquier tipo de pago. Y lo que le paso el director y ella pasó al cliente solo se trataba de un extracto, pues aquél hombre siempre los lunes a esa hora lo pasaba a recoger y para confirmarlo me dijo, que mirase en el bolsillo del señor mayor, que allí, lo encontraría. Pero, sin duda, que con eso, no se absolvía de la investigación.
Para no perder el hilo, fui directo al bolsillo de aquél hombre, comprobé los demás para no hallar nada extraño, como me había comentado la chica, hallé el papelito con los últimos movimientos de su cuenta, básicamente transferencias de su empresa a otras. Alegó, que para su perplejidad el hombre, al poco tiempo, cayó delante de él, sin conseguir poder hacer nada para salvar su vida. Era según me contó la primera vez en su vida que lo veía, y seguramente, la última, me extraño esa coletilla y esa sutil forma de eximirse.
Antes de ir por el director hablé con el otro cliente que esperaba. Me explicó, que cuando entró en la oficina el hombre ya yacía muerto en el suelo y todos estaban corriendo de aquí para allá sin saber muy bien que hacer. Él fue quién nos llamo. Y es él, el único que realmente esta a salvo de culpa.
Antes de ir por el director hablé con el otro cliente que esperaba. Me explicó, que cuando entró en la oficina el hombre ya yacía muerto en el suelo y todos estaban corriendo de aquí para allá sin saber muy bien que hacer. Él fue quién nos llamo. Y es él, el único que realmente esta a salvo de culpa.
Para acabar la ronda, interrogué al director. Esclareció lo que ya había explicado la chica de la deuda, y el por qué había sido él quién quiso atender a esa pareja. También, que había pasado el extracto puesto que aquél hombre era un empresario que siempre andaba con prisas. A más, añadió, que él, no tenía ninguna razón para tener que matar a ese señor. Eso, me hizo recapacitar y sospechar.
Al levantar el cadáver me acerqué al cliente de extracto y le pedí que me dejara ver el documento, le pregunté a que se dedicaba y respondió que tenía una empresa donde producían plásticos con base acrílica. Seguidamente, le pregunte si hacía mucho tiempo que él y la señora de la victima eran amantes. Me miro sorprendido y concluí preguntando ¿Por qué sino, un hombre que tenía siempre prisas, estaba esperando, cuando ya tenía lo que venía a buscar? Arresté a los dos. Él le suministro cianuro y ella lo ejecutó.
Amores que matan.
Amores que matan.
2 comentarios:
Amores que matan nunca mueren...diría Sabina pero van presos, agrego yo. Un abrazo y feliz 2012!
Dany: Qué bueno es Sabina, a veces.
Un saludo e igual para vos.
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