viernes, 15 de junio de 2012

En el hotel.


Andaba perdido como casi siempre que tengo que viajar y alojarme en un hotel demasiado grande para mi capacidad de orientación. Desconozco si será el número de plantas o de habitaciones. La idéntica disposición del mobiliario, del color del felpudo o de la poca diferencia que hay en los horrorosos cuadros que cuelgan de las paredes. Pero todas las plantas me parecen la misma. Es subir un piso más, para sentirte igual. O bajarlo, sin que nada cambie. Y con mi problema de dislexia, nunca sé si me dieron la habitación 323 o la 232. Decir, que en los hospitales me siento igual con el agravante que en la primera habitación que entro casi nunca esta la persona a la que busco, y pienso, medio desconsolado, “ya has llegado tarde”. Porqué cuando uno pasa de esa edad en que todos tus colegas ya tienen los hijos creciditos, a lo único que vas a ese lugar es para algo malo. En fin, que mientras intentaba encontrar mi habitación en ese laberinto de modernidad, encontré la puerta medio abierta y al entrar observé asomado, demasiado, a una ventana, a un hombre de unos cincuenta y muchos o sesenta y pocos, me es difícil cómo esclarecer el traspaso de esa barrera. Estuve unos segundos dubitativo, sin saber si decirle algo o no.
-          ¡Cuidado no se vaya a caer! Se lo dije entre la broma y la advertencia, para no ofenderlo.   
-          Es, lo que deseo. Caerme, caerme a lo más profundo. Contestó, seco.
-          Pues desde aquí a lo único que va a llegar será al suelo. Seguía con la misma táctica.
-          Eso es lo más profundo. El suelo, y allí, ya he caído.
-          Creía que estábamos en un séptimo.
-          La alzada, no lo es todo. Al contrario, es nada.
-          ¿Por qué lo dice? Observe que tenía más ganas de conversar que de suicidarse e intente prolongar la conversación.
-          Todos nos creemos, porqué nos lo hacen creer cuando les interesa, que somos muy guapos, muy listos, muy ricos, los mejores, etc. Hasta llegado el punto que únicamente les servimos de esclavos y, todo lo que hemos hecho hasta ahora no sirve de nada. En ese punto debemos, lo que nunca empeñamos. Pero ellos, sí lo hicieron por nosotros.  
-          ¿Y que podemos hacer? Me dejó frío como un trozo de carne congelado.
-          Obedecer o abandonarlo todo. Aunque sea mucho.
-          Luego la deuda tendrán que pagarla entre menos y les costará más.
-          Pero yo, ya soy demasiado viejo, para todo esto. Cuidé de mis padres, cuidé de mis hijos, cuidé de mis nietos, y nunca, cuidé de mí. Y eso, me da igual, pero hoy, ya no puedo más.
-          Seguro que si mira bien, algo de fuerza le queda para superarlo.
-          No, de verdad que no. ¿Sabes por qué nos da igual que el mundo no sea eterno?
-          No. ¿Por qué?
-          Porqué nuestro egoísmo conoce que nosotros tampoco lo somos y, apuesta, que no veremos como esto se acaba. Por esto nos da igual. Pero ahora la realidad nos ha golpeado como yo la voy a golpear a ella.

Y se lanzo. Yo, cerré la ventana y seguí colocando mi poco equipaje. Cómo si nada hubiera pasado.       

4 comentarios:

Gala dijo...

Solo espero que esta terrible historia sea fruto de tu inventiva, porque yo no sé si podría vivir con esa imagen del señor lanzándose al vacio.

Si es que hasta cuando lo leia se me estaban poniendo los pelos de punta...
Tal vez soy demasiado aprensiva, o demasiado cobarde.

Besitos mediterráneos.

Malena dijo...

Esa manía de repetir la decoración en cada piso que tienen los hoteles, ayuda a desentenderse.
Nooo, yo no vi a nadie. Se habrá tirado del piso de abajo.

- MA G A H - dijo...

Bueno...no sólo lo bueno es no haber visto nada, lo más importante es no haber escuchado nadaaaaaaaaaaaaaaa

Me dejaste pensando.

Jou McQueen dijo...

Gala: Totalmente inventada. sería un sin vivir...

Un saludo.

Malena: Justo. O del de arriba.

Un saludo.

MAGAH:Nada de nada. Las habitación de hotel, cuando uno va solo, son tan silenciosas.

Un saludo.