Analia Bruno |
Miércoles al mediodía. Cada vez que intento concentrarme en
alguna tarea, mi pensamiento se va de un tema a otro sin intervalo. Sin resolver
las dudas ni lo necesario - navego por el no saber- Pregunto a mi compañera qué puedo hacer y me aconseja, practicar un poco
de deporte. No se que tendrá que ver la sabiduría con la actividad física. Sin
embargo, le hago caso y salgo a correr. No hace calor y el día esta nublado, pero
a causa de llevar el chubasquero empiezo a sudar en abundancia. Me cruzo con un
hombre que pasea un perro de color marrón oscuro que no va atado y me ladra, le
grito que se calle y el dueño, me aconseja, que no le chille porqué es posible
que se ponga más nervioso. Le respondo que a mí, con sus ladridos me ocurre lo
mismo, haber que solución le ve. Cada uno, seguimos por nuestro camino. El sudor
es cada vez más abundante y la respiración empieza a acelerarse. El dolor de
piernas comienza, también, a dominar mis pensamientos. Me vence. La voluntad es
sometida a sus sensaciones. Quería alargar el recorrido, pero me parece que
hoy, no es un buen día. Me vuelvo a cruzar con el maldito perro y su maldito
dueño, no abro la boca, el perro si ladra y su dueño también pero para intentar
hacerlo callar, no lo consigue y el único que se comporta de los tres soy yo.
Paso de largo y murmuro un -¿más nervioso?- no dicen nada. Al llegar a casa voy
directo a la ducha. Me queda menos de medio miércoles para conseguir pasarlo
con más o menos ganas. El olor de la comida llega hasta la habitación. No obstante,
antes de seguir, intentaré digerir bien.
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