Comiendo. De vez en cuando me toca comer de menú. Por
razones laborales algunas veces tengo que almorzar en un restaurante, el típico
de polígono. Donde todos los que estamos allí o casi, puedes por su vestimenta
descubrir en qué trabajan. Y si el comedor está muy lleno, tienes que compartir
mesa, con algún extraño, cosa que no es del todo de mi agrado, pero agradezco
cuando me lo hacen a mí. El jueves pasado, comí allí y mientras esperaba que me
trajeran la paella, se me acercó la camarera y me pidió si por favor, dejaba
que se sentará un chico en mi mesa. Dije que sí.
Pareció muy educado desde el principio, primero me agradeció
que le dejara sentarse y después, para quedar bien, supongo soltó un: “se come
bien a aquí”. Contesté correctamente y lo observé durante unos minutos. Sus
manos, llenas de aceite me decían que era mecánico, pero su mono de un azul
oscuro y sin marca alguna me descubría que no lo era de ninguna casa oficial,
parecía un mecánico de un taller pequeño, de esos que arreglan de todo, desde
motos, pasando por coches, furgonetas y camiones, hasta tractores, con la prisa
que comía me pareció que debía ser autónomo y cobrar por horas, el pelo
desalineado, los dientes no muy limpios y una barba desarreglada que anunciaba
despreocupación por la imagen.
El postre. Lo engullo, como si tuviera prisa para llegar al
café.
El café. Mientra lo tomábamos me dijo: “Es de gusto más
amargo cuando la noche anterior no nos hemos querido con mi pareja,
físicamente. La vida, parece más gris, con menos tonalidad de colores. Adusta,
áspera, corta, aburrida, sin sonrisas, depresiva e inclusive, suicida. Llena de
sombras. Y yo, soy mi medio yo oscuro. Lo opuesto a un superhéroe, igual que
ellos, tengo mí lado normal y, en vez de súper poderes, un carácter antagónico a
la realidad. Cuando no follo, me levantado de mal humor, desayunando mucho y
voy al trabajo dispuesto a ofender a quién se me ponga por delante. No tomo
ningún descanso hasta al mediodía, que como deprisa y observo el paso del
tiempo mientras espero volver al trabajo, para pasar la tarde y ver, si llega
la noche y estoy más de suerte.” Me
quedé pensando, sin saber demasiado que decir, y le comenté, que si el sexo era
lo que le alegraba la vida y su queridísima señora no le daba el suficiente que
se buscara una amante. Seguramente no hice bien, pero es que no sabía como
acabar de tomar el café tranquilo.
Cenando. Recordé la conversación de la comida y la de la
camarera de unos días atrás. Y de repente, me vino a la mente la idea, quizás
la conexión, pero como casi siempre que pareces tener una idea brillante, ya
era tarde.
Siempre tarde (Celtas Cortos)