Despertar. Me despierto, no sé el por qué y casi me molesta,
recordando al ex novio de mi compañera. Casi nunca nos vimos las caras y en la única
ocasión en que lo hicimos, las pocas palabras que nos cruzamos, él, fue muy
cordial y eso que le acababa de quitar la novia, por muy machista que suene,
fue así, lo puedo prometer y prometo.
Desayunando. Aún me acuerdo de él; es como esas canciones
que sin saber porqué se instalan en tu cabeza y tu mente las repite hasta
aburrirlas. Me pregunto: ¿donde vivirá? ¿En qué trabajará? ¿Si habrá encontrado
otra novia? O si por lo contrario ¿le habré roto la vida como se rompen la
figuras de yeso cuando encuentran des de una distancia considerable el suelo? La
verdad es que no parecía mal chaval. Le deseo lo mejor. Mientras, la camarera
de siempre se acerca y entre prisas me pide si quiero un cortado. Le respondo:
Sí, igual que siempre. Me mira y dice: “no ves que voy a toda leche.” Y de
repente se para como si supiera que tengo una historia que contarle, dejándolo
todo. Lo observo y comprendo que debo explicárselo.
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A mediados del siglo quince en la Barcelona medieval, un
hospital abrió las puertas para todos esos pobres mayores y pequeños, al poco
tiempo, empezaron familias sin ningún futuro a dejar sus reciénnacido en la
puerta de ese centro. Lo que les condujo a tener un espació para huérfanos y
abandonados. Mujeres de esa Barcelona más pudiente, ya entonces solidarias,
iban el rato que podían a amamantar a esas criaturas faltadas de alimento. Los
que lo necesitaban más su ficha ponía: A toda leche. Para poder sobrevivir. Ahora, quiere decir ir demasiado deprisa por la vida. A algunos de esos niños,
también la vida se les escapaba demasiado deprisa.
Se fue y me trajo el cortado sin decir nada.
2 comentarios:
el pasado del otro es a veces un tormento.
y la actual del ex propio...pffff ni te digo!
besos
Que se joda, eso sí, con todo mí amor.
Un saludo.
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