Seguramente, conoceréis,
que me entusiasma Miguel Hernández, Juan José Millás, Unamuno, la música, la
izquierda, o más bien el socialismo, las bicicletas, el rock, el amor, el
desamor, escribir, escuchar, leer, conversar, la cerveza fría, una Jack Daniel's
de vez en cuando, la poesía, como escribís la mayoría, las mujeres, sus curvas,
las montañas, la playa y sobretodo, estar vivo. Intentar deshacer las nubes
negras y los entresijos del día a día.
A veces os
miento, a menudo no. En fin: Un poco de verdad. Algunos ya lo sabréis: tengo dos
hijos. El miedo nació en el mismo segundo en qué mi hija, la mayor, salía desde
el vientre de su madre a este mundo a través de un orificio que hasta entonces
creía sagrado, iluso. La divinidad ( al orificio), se la otorgue en ese mismo momento de
eternidad. Y la vida, la mía, tomó otro sentido. El segundo fue igual de
especial, pero no novedoso, es lo que tiene ser el segundo, supongo.
La semana pasada (nunca he sido demasiado temeroso) alquile una auto caravana y tomé rumbo a
Paris. Con mi compañera y los peques. La mayor, hacía ya tiempo que tenía la
hucha de disneyland llena, ilusa. Conduje no sé cuantas horas ni sé, cuantos quilómetros,
pero al fin llegamos. A media tarde, con suficientes horas por delante para
conseguir cosechar niervos para ese “mañana” tan especial. Al día siguiente madrugamos, todos, y
hasta las diez de la mañana que no abren el parque lo pasamos como pudimos. Al entrar
y cruzar por debajo del castillo de no sé yo que princesa os podéis imaginar su
cara y la mía. Así, hasta las once de la noche cuando acabo la increíble traca
final, de proyecciones, petardos y fuego. Extraordinario. De repente, la
masa se levanto e intento salir a la vez, con un carrito de dos, os puedo
jurar que es complicadísimo, y en medio de la muchedumbre oí un grito masculino: “NEEENA!!!” Y la nena, que estaba un poco más hacía adelante en seguida respondió; -Aquí. Y desconozco si fue por la tensión, la ilusión, el cansancio o qué sé yo, que en ese instante empecé
a reír y no podía parar. La nena, de cuarenta y tantos, de todos esos miles de personas, sabía que era
ella, la nena que buscaban, será porqué los españoles somos así, o solo
algunos.
Al día siguiente, más de lo mismo, más Disneyland. Al tercer día visitamos París ¡Qué bonito es París! No me canso de ir y volver. Seguramente, mis hijos no se acordarán, pero yo sí.
Después, como conducir nunca me ha supuesto un esfuerzo, al ir bajando nos desviamos hacía los Alpes, a Chamonix, un pueblo en la falda del Montblanc. Para acabar de pasar allí los días que nos restaban. Excursiones por la montaña, visitamos un glaciar, subimos en telecabina, en un tren realmente bucólico, y nos alojados en un camping pequeño y muy bonito. Pasamos las horas, viendo el tiempo, como dice la canción: tiempo para jugar, para pensar, para aprender, tiempo para querer. Sin embargo no se detiene.
Al día siguiente, más de lo mismo, más Disneyland. Al tercer día visitamos París ¡Qué bonito es París! No me canso de ir y volver. Seguramente, mis hijos no se acordarán, pero yo sí.
Después, como conducir nunca me ha supuesto un esfuerzo, al ir bajando nos desviamos hacía los Alpes, a Chamonix, un pueblo en la falda del Montblanc. Para acabar de pasar allí los días que nos restaban. Excursiones por la montaña, visitamos un glaciar, subimos en telecabina, en un tren realmente bucólico, y nos alojados en un camping pequeño y muy bonito. Pasamos las horas, viendo el tiempo, como dice la canción: tiempo para jugar, para pensar, para aprender, tiempo para querer. Sin embargo no se detiene.
Y hoy, ya volvemos a
estar metidos en esta rutina tan conocida. Para que nos dure un año lo que nos
dura un sueño. Hoy, que me he sacado un poco esa mascara que suelo usar para
escribir, me pregunto ¿Por qué? Y no lo sé. Jodida calor, ablanda a cualquiera.