Al amanecer. Nunca me ha gustado levantarme en cama extraña.
Sin embargo, hoy, tropiezo con unas sabanas que no conozco. Con un colchón que
me da dolor de espalda, una almohada que me destroza las cervicales y una compañía
que casi no recuerdo el por qué duermo a su lado. Dentro de mi cabeza hay una
tormenta de nubes negras y chaparrones, de truenos y relámpagos, de cantos de
sirena y de acantilados. No me importa que hora es. Ella sigue durmiendo,
desnuda, tan ricamente en su cama, porqué supongo, debe de ser su cama. Nunca me
ha gustado levantarme en cama extraña: Pues no sé donde está lo necesario para
hacer café. No recuerdo su nombre ni creo, que quiera recordarlo. No lo
encuentro imprescindible. De vez en cuando, llueve serenidad debajo de la
ducha. Con gotas de agua frías que cortan la sensatez como cuchillas. Miedo, no
tengo miedo, de decir que no la necesito; Porqué no la necesito. Ella a mi,
seguramente, tampoco. No busco una relación humana, ni carnal, no busco nada y
ayer no sé que buscaba, pero ahora, no me importa. Debo irme. Si se
despierta me despediré, si no, le dejaré una nota. Una nota que diga:
Buenos días.
No soy quien por aconsejarte que lo mejor que puede haberte pasado
es que me haya ido. Suelo mentir. Y mentiría si te cuento que me ha gustado,
porqué no lo recuerdo. No sé si estuve o no a la altura de tus expectativas,
desearía que sí, ya que me has dado cobijo. Pero es que nunca me ha gustado levantarme
en cama extraña y si me quedo puede, que vuelva a dormirme y después, ya no sería cama extraña. En fin, si algún día te veo por la calle y no te saludo no lo tomes a mal,
será, únicamente, por no recordarte. Espero no haberte dado ningún dato
personal; Podrías ser la mujer de mi vida y tener donde encontrarme para recordármelo.
Un beso, suave, como mi despedida. Estás muy sexy desnuda, tienes un cuerpo maravilloso,
si supiera pintar te pintaría, pero dios no me dio ese don y sí el de la
huida. Creo que tengo alergia a sufrir.
Hasta cuando el destino quiera (aunque no creo en el
destino).
Un saludo.
Media mañana. Sentado en un banco de la ciudad observo a las
mujeres que pasan por delante de mí, mientras recapacito que ella podría ser
cualquiera. No sé si dejar de beber o buscar una relación formal.