miércoles, 20 de noviembre de 2013

La muerte

Media mañana. Espero en la consulta del medico los resultados de unos análisis que me hicieron días atrás. Es curioso que a través de la sangre puedan reafirmar mis sensaciones corporales que tantos días llevo arrastrando e intentando,
convencer al medico de que no son normales a mi edad. Siempre he sido un poco hipocondríaco y creo que lo sabe. Mientras, a mi lado una señora mayor, de unos ochenta, espera como yo un propósito para mejorar su disposición, sin embargo, creo que la naturaleza le es más atroz a ella, aunque no siempre sea así. Sólo de pensarlo, me pongo malo. Entre tanto, entra un señor mayor, no sé descubrir si de su edad, un poco más joven o un poco mayor, de 70 arriba el aspecto no justifica la edad o al revés. La señora, con aliento cansado, le dice: -Hola Juan- A lo que el responde, muy correctamente, con un –Buenos días Luisa ¿Cómo está?- Ella, deja pasar una medio sonrisa y contesta:-Ya ves, aquí- cómo resignada de su propio cuerpo. Y añade: - ¿Y Consuelo, como está?- El hombre queda unos segundos callado y contesta:-Falleció el pasado día 6. Se me murió.
Y ese “se me murió” entra en la conciencia de la señora como un puñal. Porqué, supongo, a esas edades, la posesión encarna algo mucho más romántico que cuando uno es joven. Un lazo invisible casi indestructible, que sin saber, te arrastra, a menudo, allí donde el otro va. Quizás por deseo, quizás recelo. Después de darle el pésame de la forma más profunda que se puede dar y excusarse por no asistir al entierro por falta de conocimiento, se levanta y olvida su visita al medico. Echo, que hubiera tenido que hacer yo, después de que los malditos resultados, volvieran a contradecir las sensaciones de mi cuerpo, y el médico con eso, es como algunos con dios. Gracias a la ciencia eso, gracias a la ciencia aquello y aún no ha podido desmontar el catolicismo… Puede, que porqué no haga falta.


Medio día. Después de comer me invade un profundo sueño. Me preocupo por creer que no sea la muerte disfrazada de siesta, sin embargo, es tan dulce igual que los besos al principio de un noviazgo, que me dejo llevar por él. No tengo valor ni de despedirme. Únicamente, espero que la muerte sea algo parecido a esto. Pues en dios no creo.       

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