A menudo sueño que me abro por la mitad, desde la cintura
hasta el cuello. Luego entro dentro de mi igual que quien entra en una cavidad;
una fosa, por donde divago con un tamaño miniatura. Es parecido al mundo, con
menos verde y más rojo. Durante un rato ando de aquí para allá observando el hígado,
el páncreas, los pulmones, el corazón, los intestinos, el estómago y el infinito.
A veces, encuentro una mujer que en la vida real nunca he
visto, no la reconozco. También, sorprendentemente, está andando dentro de mí,
cómo buscando algo. Y no es la salida. No hablamos, únicamente nos miramos, me
sonríe, tengo de decir que me angustia un poco su presencia, y seguimos cada uno hacía un órgano distinto. Normalmente,
la veo una vez por sueño, nunca se repite. No va muy mal vestida, tampoco
demasiado bien. Anda con unas botas de lluvia repletas de gotitas de sangre, unos
pantalones oscuros y una parka. Es de piel blanca y pelo claro. No os puedo
decir más de ella.
Los días que sueño esto, me cuesta más despertar. Igual que
si estuviera nadando mar adentro y la resaca me dificultara el volver, me levanto
más cansado, casi agotado. No sé si está interrelacionado, pero creo que este
sueño me podría matar si es interrumpido, es superior a mí. Al despertar cierro
la abertura como quien sube una cremallera, vuelvo a introducirme en la cabeza
por el lagrimal y con todas las fuerzas intento levantar los parpados, mover
las piernas y los brazos intentando trasladar el tronco que parece ser de
plomo. Con la boca tan seca que la lengua se ha pegado a la piel y el paladar
parece un callo, los labios están escarchados. Los oídos tapados como en altura
y los dedos, a parte, de inmensos, acartonados y tiesos.
Placidamente, no recuerdo cuando fue la última vez que desperté…
placidamente.