viernes, 21 de noviembre de 2014

La vida igual que un trozo de tela cansada de tanto usarse

Se murió de hambre por no amar. Tal era su vació en el estómago que lo engullo hacía adentro igual que una implosión. Entonces, justo entonces, fue, cuando perdió la razón. Ese hilo de sensatez que aguantaba la cordura se quebró sesgando la serenidad destripándola  como un trozo de tela cansada de tanto usarse.
Y francamente, se presentó a su cita con la muerte. La conoció sentado en la vía. Puedo descubrir que su mirada era tan fría como su aliento y que el aplomo más absoluto te posee justo en el instante antes de morir. Que el infierno no existe y el cielo, mucho menos aún. Que la vida, que la perra vida, puede ser a veces tan traicionera como la circunstancia lo requiera. ¿Por qué si no, que hacía un bombero paseando al mejor amigo del hombre y no era una mujer, en ese frondoso bosque en el que el tren aparece de la salida oscura de un túnel viejo extenuado de no poder cerrar la boca, ni el culo tampoco? Salvándole.

Lo único que no quería era vivir. Y a vivir, le habían vuelto a obligar.   

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