¡No! No llores.
Tengo, lo mismo de demonio
que antes. Mis imperfecciones,
por suerte, no han empeorado.
¡No! No llores.
Tampoco tu, fuiste jamás
un ángel. Y el tiempo quizá,
únicamente, nos lo ha acentuado.
¡No! No llores.
Las excentricidades. Esas joyas,
que antaño tanto nos atrajeron,
Pesan igual que losas.
¡No! No llores.
Agárrate fuerte a mí mano.
Y en silencio, sin decirnos nada.
Huiremos del laberinto.
Sin un grito. Sin nada que decirnos.
No llores. ¡No!
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