Quién más, quién menos ha tenido el pensamiento, la
oportunidad y la intención de despedazar el acuerdo de monogamia que tan estigmatizado
está.
–A mí, si me pasara lo
dejaría marchar - comentaba una señorita a otra en la mesa de al lado.
Mientras
la otra, se preguntaba -¿Qué forma es mejor para demostrar amor? ¿Dejarlo ir o
pedirle por favor que se quede?-
¡Qué importa! Si la decisión ya está tomada. Qué importa el
amor que te quede para dar, si tu pareja ya no lo quiere. Qué importa si tú lo
dejas ir por amor o le pides que se quede por lo mismo. Pensaba callado, entre
bocado y bocado a un bocadillo de jamón de un cerdo que seguro jamás quiso
acabar siendo eso, jamón.
-Dice que se ha enamorado, cómo el que dice que se ha caído.
Así, de repente, igual que un tropiezo- le comentaba repetidamente.
¡Qué bonito es tropezar a veces! Seguía pensando yo. Aunque a menudo, con algún tropiezo puedas
golpearte de forma desafortunada.
-¡Excusas, todos las mismas excusas! Son unos sinvergüenzas.
¡Todos son igual!- le gritaba su amiga.
-Señorita, ¿vosotras sois todas igual? Porqué yo, un día
llegué pronto a casa y a mí señora se la estaban follando dos señores de color,
para ser más específico: negro. Con una intensidad para mi desconocida, tanto
en el tema de la penetración por los distintos orificios, como en el placentero y sobre todo, del tamaño. Respecto
a mi señora, parecía gozar con la misma intensidad. Disfrutaba, lo que nunca
había disfrutado conmigo, y claro está, que cómo hasta entonces la quería, me senté
en el comedor y espere que acabaran para tener una charla larga y tendida que
nos condujo a ninguna parte de lucidez. Más que nunca me creí un mal marido. Tampoco a ella
tan guarra; con el mejor significado de la palabra (lo hubiera descubierto
antes). ¿Sois todas tan guarras?- Les pregunté cansado de las generalizaciones.
Seguidamente se levantaron y se fueron. Y yo, seguí desayunando.