Gozo la suerte para mí y desgracia para muchos, de tener que
madrugar. Salgo a la calle a una hora que únicamente nos encontramos los que
por obligación vemos cada día amanecer. Esos minutos en que no es de noche pero
aún, tampoco de día. Y todo, o casi, vuelve a empezar de nuevo.
La verdad es, que demasiadas mañanas salgo del garaje bastante
dormido y me fijo en una bandera nueva, plantada en el balcón de una casa dos calles
más lejos, otra más, seguramente dirán que es la última antes de ser
independientes, pero ya van unas cuantas y todo sigue igual. Y, con esta, en su
versión color rojo el márquetin no está demasiado logrado ya que sin quererlo
te recuerda a la esvástica. Por supuesto, eso a les seis de la mañana es un susto
considerable. Así cada día.
A lo que iba. Ayer, cruzando el pueblo, tan de repente
como sorprendente, me topé con un abuelo que hacía pompas de jabón. Así, tal cual.
Soplaba el círculo con pasión y volaban, cuatro, cinco, seis incluso siete
pompas. Después de ver la esvástica creí estar aún demasiado dormido para
entender nada. Paré el coche y me quedé mirándolo como disfrutaba como un niño
con 80 i tantos. Y sin esperarlo, cerró el pote y lo dejó encima de la valla de
una casa, lugar donde algún niño, seguramente después de mi recapacitación y
continuada hipótesis, se lo había dejado olvidado la tarde anterior. Prosiguió con
su paseo matutino como si nada hubiera pasado. ¿Quién sabe si al llegar a su
casa, mientras desayunaba al lado de su señora, le contó lo sucedido o se lo
guardó para él, por vergüenza o poca importancia?
La vida, a veces es un detalle. Un segundo. Un encuentro de
casualidad. La vida… a menudo me pregunto :¿Qué es la vida?
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