Hay humanos que
tienen la desagradable costumbre a mi entender de socializar. Tu hijos hacen una
actividad extra escolar, pues a final de curso se tiene de hacerse una comida aún
a sabiendas que nadie se lleva bien con nadie. O en la comunidad de vecinos si
no es una macro comunidad; Lo mismo. O en el trabajo. O en el gimnasio. O en la
familia. Prefiero no seguir. Es decadente. Cómo decadente es convivir sin
contarse nada. Sin mojarse. Sin decir el porqué de algunos actos que chillan
tan alto, que asusta.
Hubo un tiempo,
que me creí invisible. No lo era. Pero mi necesidad de creerlo era tan bonita,
que lo creí. Igual que quién cree en Dios, en Alá o que sé yo que ser superior.
Iba por los callejones adoquinados creyéndome invisible. Me tomaba una cerveza
creyéndome invisible. En el trabajo, a menudo, me creía invisible. Estaba graduado
en la invisibilidad. Era un protección. A los ojos del mundo, a los
atardeceres, a los amaneceres, a las tardes tontas, al verano, al otoño, al
invierno, a la primavera, a casi todo era invisible. Y mi fe, que por aquél
entonces, parecía eterna, ahuyentaba los fantasmas. Hasta que un día igual que
se rompe una pompa de jabón explotó mi invisibilidad y de repente, todos, me
volvieron a ver o a recordar y el súper poder de la invisibilidad desapareció de
una forma tan sorprendente y esporádica como había llegado.
Es verano. Y cómo
que ya todo el mundo me volvía a ver, entre ellos mi compañera, una noche tonta
de calor, follamos. Con las ventanas abiertas. Yo no es que sea un buen torero
y se entienda torero como macho ibérico, amante increíble y salvaje, pero esa
velada hubo una buena corrida y entiéndase corrida por corrida. Y con una
actitud rockera conseguir hacer chillar a mi compañera. Cosa nada fácil para un mindungui como yo a
menudo. con mucho sudor. Sin
para nada recapacitar, volviendo al principio, que la noche siguiente teníamos
cena socializadora de vecinos.
Y mientras,
estábamos sentados, entre la aceituna
y la cerveza y cómo no podía ser de otra forma, saltó el vecino gracioso y
dijo:
-¡Que anoche!
¿Hubo verbena?- Eso a voces, entretanto una sonrisa se le iba dibujando.
-¿ Por qué? Pregunté
yo con mi mejor cara de ingenuo.
- ¡Por cómo
chillaba tu mujer, jajajajaja!- Gritó él.
Me lo miré serio.
Me la miré a ella con un rostro de sorpresa al más puro estilo película a blanco y negro, y solté: -No lo sé. yo es que no estaba.
Después, el
silencio.
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