Son largos los veranos: De adulto parecen eternos. De niño, infinitos. Hubo un tiempo, cuando las sombras querían escapar, que jugar, era el placer absoluto. Corazones impolutos de lo absurdo de la rutina. Un festín cada día de calor, cada día sin escuela. El buceo más parecido a la libertad. Sin embargo, los padres, son quién dan campo ancho a todas esas historias inagotables. Ellos, aguantan hasta el hartazgo cumplidos los cuarenta, la fuente inacabable de energía que es un crío en verano. Pero llega el día, en que el sometimiento de los niños a las ordenes paternales y maternales, se diluye en la agudeza, la pubertad y la necesidad de creerse emancipado. Después, el tira y afloja es constante.
Sobre todos estos problemas emerge otro: La fuerza y la agilidad del vástago supera a la de los progenitores. Es aquí, justo en este preciso instante, que aparece el famoso: Tiro de la zapatilla. Apenas hace daño, normalmente son de esparto o goma y no hieren más que al corazón. Desconozco a quién le duele con mayor grado; al hijo o la madre, que es quién normalmente lleva la ejecución. Es la acción de la impotencia. Del perder el domino y el control. De descubrirte superado por quien enfrente te lanza el desafío sin miedo a perder. Por la incomprensión de la sublevación a la única persona que todo le has dado. Sin concebir que únicamente, es ley de vida.
Los y las hay que con una mano apuntan y con la otra disparan. También quien tira sin apuntar pero con una mala leche casi toxica. Otros por sorpresa. Algunos más rápidos que en el viejo oeste. Incluso, los hay que cierran un ojo como cuando en la feria, apuntan con la escopeta de perdigones para conseguir una muñeca chochona o una botella de cava.
Y sin saber muy bien por qué, quizás porqué el niño se convierte en adulto, el tiro a la zapatilla, acaba. Cómo terminan tantas cosas al dejar atrás la infancia.
Son largos los veranos: A veces por infinitos, a veces por eternos. Hubo un tiempo, cuando las sombras querían escapara a jugar al placer absoluto y los corazones impolutos huyan de la absurda rutina; Con festín cada día de calor. Cada día sin escuela. Después, el buceo más parecido a la libertad y a la felicidad con cada historia que se mostraba inagotable, escapando del sometimiento de la vida.
Sobre todos estos problemas emerge otro: La fuerza y la agilidad del vástago supera a la de los progenitores. Es aquí, justo en este preciso instante, que aparece el famoso: Tiro de la zapatilla. Apenas hace daño, normalmente son de esparto o goma y no hieren más que al corazón. Desconozco a quién le duele con mayor grado; al hijo o la madre, que es quién normalmente lleva la ejecución. Es la acción de la impotencia. Del perder el domino y el control. De descubrirte superado por quien enfrente te lanza el desafío sin miedo a perder. Por la incomprensión de la sublevación a la única persona que todo le has dado. Sin concebir que únicamente, es ley de vida.
Los y las hay que con una mano apuntan y con la otra disparan. También quien tira sin apuntar pero con una mala leche casi toxica. Otros por sorpresa. Algunos más rápidos que en el viejo oeste. Incluso, los hay que cierran un ojo como cuando en la feria, apuntan con la escopeta de perdigones para conseguir una muñeca chochona o una botella de cava.
Y sin saber muy bien por qué, quizás porqué el niño se convierte en adulto, el tiro a la zapatilla, acaba. Cómo terminan tantas cosas al dejar atrás la infancia.
Son largos los veranos: A veces por infinitos, a veces por eternos. Hubo un tiempo, cuando las sombras querían escapara a jugar al placer absoluto y los corazones impolutos huyan de la absurda rutina; Con festín cada día de calor. Cada día sin escuela. Después, el buceo más parecido a la libertad y a la felicidad con cada historia que se mostraba inagotable, escapando del sometimiento de la vida.
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