martes, 7 de enero de 2025

La soledad de la mala compañía


Se arrastra la noche por callejones torvos,
donde las risas son ecos de gargantas secas,
y la mala compañía, con sus gestos sordos,
susurra mentiras que el alma interpreta.

Es un vals de espinas que sangra en los pasos,
un brindis vacío en copas de lodo,
es jugarse la vida en un mal parnaso,
donde cada verso te sabe a todo.

La buena soledad, en cambio, es alquimia,
convierte las horas en oro secreto,
te mira de frente, sin trampas ni prisas,
es un faro erguido en mares inquietos.

La mala te envuelve en piel de serpiente,
te promete abriles que nunca florecen,
te viste de fiesta, te envenena la mente,
te deja desnudo cuando desaparece.

La buena, sin embargo, es arte en penumbra,
el roce del viento en un cuadro sin marco,
la danza sutil de la luna que alumbra
el rincón oscuro donde escondes el tacto.

Es un piano roto que aún canta verdades,
un poema olvidado que nadie recita,
un reloj que avanza sin vanidades,
un brindis sincero que siempre te invita.

La mala compañía es reloj de arena,
pero cada grano te pesa en el pecho;
la buena soledad, en su calma serena,
te deja ser dueño del rumbo y el trecho.

Porque hay quien prefiere las jaulas de acero
antes que la llave de la libertad,
pero yo, que aprendí a bailar en el cero,
prefiero el abrazo de la soledad.

Así que me quedo con sus silencios nobles,
con la luz discreta que en la sombra estalla,
que la mala se marche, que no me incomode:
ya no hay sitio en mi mesa para su batalla.

Este es mi pacto, mi lección tardía:
que quien teme al eco nunca canta alto.
La buena soledad no es melancolía,

es un puerto sereno tras cada asalto. 

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