Podría empezar contándoos, que nuestra niñez, fue de la mano. Que crecimos juntos y felices. Que no tuvimos dificultades de hambre, de desgracias, de infortunios. Que sólo, tuvimos que preocuparnos en ser críos. Dos buenos amigos. Ella, siempre me seguía, me perseguía. Yo, me dejaba alcanzar.
Luego, en la adolescencia, fui yo, quien la quiso merecer. Aunque nunca lo logré, creo que ella si, se hubiera dejado querer. La valentía nunca fue mi bandera. Miedoso de la verdad, jamás quise abrir la puerta de la duda. Hasta hoy, penitente sin absolución sacramental en el amor. Soltero y sin compromiso, vaya.
Ella, se caso. Supo lo que es amar. Remar, en una misma dirección, dos. La juventud y la desdicha, nos distancio. (¿Donde estará?). Sabía noticias, por su madre, aún vecina mía. O yo, vecino de ella, aún. Nunca, hasta ahora me han llegado noticias de un embarazo (¡Vestida de blanco, que guapa debía estar!).
Hoy, un accidente de tráfico, como un golpe, como un frío corte, le ha dejado la vida colgando de un hilo, de mi buen hacer con el bisturí, y por obra y gracia mía, se recupera poco a poco. Su marido ha muerto (o lo he dejado morir), creo no haber podido hacer más por él. No me considero un asesino. Y siento más la felicidad que la pena.
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