miércoles, 9 de septiembre de 2009

Opaco.


Igual que un perro hambriento, busqué, mi lugar en esta ciudad. Los grises, el opaco, y el caduco de mi trabajo procuré, estando en él, no recordarlos. La perenne pena, intenté sanarla, en cualquier lugar, por oscuro que fuera. En cualquier mujer, anhelaba, dejar mi tristeza. Par que ella, despreocupada, la tirara por el retrete. Pero nunca lo conseguí, ni yo, ni ellas. Mi sombra se llamaba soledad. Un fuerte estacazo, al escupir sangre, sentirían la mayoría de felices. Yo, sentí un alivio. El doctor me diagnostico; muerte. Yo, percibí en mi; placidez. Tanto os perturba la muerte, que no creéis, que quizás, a alguien como a mi, puede hacerle bienaventurado. Porqué sólo pasaré, del opaco, al negro.

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