¡Qué más da! Si es Irak, Afganistán o un plató de cine. La escena nos muestra la inocencia en estado puro. La ingenuidad de la niñez y la candidez del ser humano. Ella se entrega y él, queda indefenso. Si nos fijamos unos segundos en las caras, vemos, que los dos son al fin y al cabo unos críos. Ella, la tradicional niña del Islam. Él, el típico adolescente americano, con 50.000 horas de PS3 en las espaldas. Los dos, en un instante de humanidad.
El marine, cumple con la vestimenta y armamento establecido. Botas, rodilleras, pantalones de camuflaje, casco, gafas transparentes, casco, guantes de piel, macuto y reloj cibernético. Aparte, de un arma a la vista considerable y otras, seguramente, escondidas.
La niña, calza para su comodidad y posiblemente por su poco poder adquisitivo unas chanclas, en las que los dedos como se aprecia, quedan a la intemperie ensuciándose en abundancia. Viste pantalones y traje del mismo estampado con diferentes tonalidades de azul y un pañuelo verde olivo en la cabeza, permitiendo, el flequillo al viento.
Se acerca, como se acerca un domador a sus leones: Con ganas, valentía pero cautela. Dejando una pierna atrás, para una sorpresiva huida. Le trae, al chico, que sugiere con su postura, un rato de descanso en un lugar sombrío, unas flores. Una flores blancas, menudas. Como si fuera, un ramillo de esperanza. Una puerta abierta entre el deseo de paz y su guerra.
Pero dejadme que os cuente mi hipótesis. En versión romántica. Él lleva meses de misión en el pueblo de esta niña, ayudando. Ella, niña, siente un amor platónico desconocido hasta ahora. Y da un paso valiente, como quizás él, nunca hubiera sido capaz, entregándole ese brote. ¿Qué es el valor?
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