viernes, 4 de febrero de 2011

Tras.

Intenté, anoche, atestiguar que si durante una hora no se hace nada, el tiempo, pasa más despacio. O eso parezca. Estuve, pensativo, mirando a la calle, de las once a las doce. Todo lo que pasó, fue una hora. Poco más. Observé los minutos escaparse uno detrás de otro. Sin tregua. Hacía no sé donde. Desconozco, donde está el cementerio del tiempo perdido.

La conclusión fue solo una: Veinticuatro horas son pocas para un día. Son tan pocas, que el día que te paras a pensar, te das cuenta, que han pasado ya casi treinta años en tu vida. Un segundo detrás de otro, un minuto tras otro, una hora después de otra y un día a continuación de otro. Sumando años gastados, sin saber, si son, enteramente aprovechados, en todos los sentidos. Sepultando trozos de mí y de lo mío.       

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