Fran McCANN
Lo reconoció en el hipermercado, comprando pan de molde, queso y agua. Haciendo cola, como todos, con una gorra, que le retenía la media melena para atrás. Lleno de canas, con la piel envejecida pero con la misma mirada de la foto, en que era portada de ese antiguo disco, que tantas tardes de invierno, había sonado en el comedor de casa de sus padres, mientras su madre hacia las tareas del hogar, ella lo deberes y el padre, casi siempre, estaba al llegar.
Las mismas patillas, pero color ceniza. El mismo gesto de hombría, chulesco y vital. El mismo atractivo añejo, rockero, de tipo duro, con el que ella, soñó tantas horas perdidas, en quimeras de niña rebelde, de chica mala, de vida de cuero. Y en ese instante, se subió el pantalón, para que le quedara bien apretujado, mejorándole el culo, se desabrocho un botón de la camisa, para escotarse sus virtudes y se soltó el pelo dispuesta a saltar a la arena. Y saltó. Entablaron una conversación dentro de la tienda de ultramarinos (siempre me asombró que un lugar donde se vendían cosas se pudiese llamarse así, más tarde descubrir, que era algo obvio), que siguió en el coche y finalizo, con sexo, en su piso.
Él, le dio las gracias por hacerle rejuvenecer treinta años durante unas horitas y ella, menos entusiasmada, le agradeció, dejarle borrar de sus sueños por cumplir; el numero uno. Le firmo el disco, y se fue a casa, pues su mujer esperaba la compra.