miércoles, 30 de mayo de 2012

Helada.


Al entrar en casa, su esposa estaba en la cocina acabando de preparar la cena. Cenó pausadamente, se sentó un ratito en el relax mientras dejaba el televisor encendido y obviaba lo que daban, justo el tiempo necesario para que le entrara ese dulce sueño e ir a la cama. Al día siguiente tenía que madrugar.
Rebobinemos. A media mañana, abandono su puesto de trabajo en aquella infausta oficina, se subió al coche y se sumergió, a todo volumen, rockanroleando, en una ola de ilusiones, locuras, pitillos, cervezas frías, amigas y carreteras secundarias repletas de moteles. Camino al mar. A ese inmenso mar donde el creía podría ahogar aquella maldita y pegajosa tristeza, que tanto hacía, se había pegado a su piel. El tiempo, agrió su carácter y el de su señora como la lluvia moja la ropa, hundió los versos en las más necias frases y consumió las ilusiones igual que se consume el tabaco. Desde ya hacía mucho la aflicción reinaba en sus vidas y ninguno hacía mucho para vapulearla. Hasta esa mañana, sin saber muy bien por qué.
En el camino, dejó horas perdidas, bragas abandonadas, colillas, vasos vacíos, amantes, sudor, saliva, lagrimas, fábulas desmentidas y saber cuanto más. Al fin, se plantó, solo, de pie, en la playa, frente a la mar y con paso firme, metió la primera pierna en el agua. Aún, seguramente, no le llegaba a la rodilla, cuando de repente, se giró y gritó:
-          ¡Podrías hacer el favor de devolverme a mi casa! El agua esta helada. Vive tu lo que quieras vivir, pero a mi, regrésame a mi hogar, que si no he cambiado nada, será, porqué así lo prefiero.
Supuse, que era a mí a quien lo gritaba.              

2 comentarios:

Dany dijo...

Es verdad, Jou. No todos quieren cambiar, aunque puedan.

Abrazo!

Jou McQueen dijo...

Dany: Y a menudo, los que no pueden, son, los que quieren o querrían.

Un saludo.