Andaba perdido como casi siempre que tengo que viajar y
alojarme en un hotel demasiado grande para mi capacidad de orientación. Desconozco
si será el número de plantas o de habitaciones. La idéntica disposición del
mobiliario, del color del felpudo o de la poca diferencia que hay en los horrorosos
cuadros que cuelgan de las paredes. Pero todas las plantas me parecen la misma.
Es subir un piso más, para sentirte igual. O bajarlo, sin que nada cambie. Y con
mi problema de dislexia, nunca sé si me dieron la habitación 323 o la 232. Decir,
que en los hospitales me siento igual con el agravante que en la primera
habitación que entro casi nunca esta la persona a la que busco, y pienso, medio
desconsolado, “ya has llegado tarde”. Porqué cuando uno pasa de esa edad en que
todos tus colegas ya tienen los hijos creciditos, a lo único que vas a ese
lugar es para algo malo. En fin, que mientras intentaba encontrar mi habitación
en ese laberinto de modernidad, encontré la puerta medio abierta y al entrar
observé asomado, demasiado, a una ventana, a un hombre de unos cincuenta y muchos
o sesenta y pocos, me es difícil cómo esclarecer el traspaso de esa barrera. Estuve
unos segundos dubitativo, sin saber si decirle algo o no.
-
¡Cuidado no se vaya a caer! Se lo dije entre la broma y
la advertencia, para no ofenderlo.
-
Es, lo que deseo. Caerme, caerme a lo más profundo.
Contestó, seco.
-
Pues desde aquí a lo único que va a llegar será al
suelo. Seguía con la misma táctica.
-
Eso es lo más profundo. El suelo, y allí, ya he caído.
-
Creía que estábamos en un séptimo.
-
La alzada, no lo es todo. Al contrario, es nada.
-
¿Por qué lo dice? Observe que tenía más ganas de
conversar que de suicidarse e intente prolongar la conversación.
-
Todos nos creemos, porqué nos lo hacen creer cuando les
interesa, que somos muy guapos, muy listos, muy ricos, los mejores, etc. Hasta
llegado el punto que únicamente les servimos de esclavos y, todo lo que hemos
hecho hasta ahora no sirve de nada. En ese punto debemos, lo que nunca
empeñamos. Pero ellos, sí lo hicieron por nosotros.
-
¿Y que podemos hacer? Me dejó frío como un trozo de
carne congelado.
-
Obedecer o abandonarlo todo. Aunque sea mucho.
-
Luego la deuda tendrán que pagarla entre menos y les
costará más.
-
Pero yo, ya soy demasiado viejo, para todo esto. Cuidé de
mis padres, cuidé de mis hijos, cuidé de mis nietos, y nunca, cuidé de mí. Y eso,
me da igual, pero hoy, ya no puedo más.
-
Seguro que si mira bien, algo de fuerza le queda para
superarlo.
-
No, de verdad que no. ¿Sabes por qué nos da igual que
el mundo no sea eterno?
-
No. ¿Por qué?
-
Porqué nuestro egoísmo conoce que nosotros tampoco lo
somos y, apuesta, que no veremos como esto se acaba. Por esto nos da igual.
Pero ahora la realidad nos ha golpeado como yo la voy a golpear a ella.
Y se lanzo. Yo, cerré la ventana y seguí colocando mi poco equipaje. Cómo si nada hubiera pasado.