Medio día. Hoy he comido de restaurante o mejor dicho de
menú. Con la prensa, solo, y con esa tranquilidad que a veces busco, no para
nada. Quizás, para sentir la sensación de falta de actividad a mí alrededor sin
ser yo quién procuré instaurar un orden, a veces, casi imposible.
Media tarde. Intento recordar qué he comido que me está
dando esta digestión tan pesada. Y después de recapacitarlo mucho, llego a la
hipótesis, que no conclusión, de que han sido todas las noticias leídas, tan
difíciles de tragar. Si pudiera, igual que con los alimentos, conseguir hacerme
venir arcadas para vomitarlas todas, lo haría. Las dejaría perder retrete
abajo. Pero no se puede, son más parecidas al frío. Que se mete adentro y
cuesta dios y ayuda sacártelo. A veces, incluso, he tardado semanas en recuperarme.
El frío, comparte síntomas con el miedo. Sin embargo, con agua caliente, se
mejora mucho. El miedo es un mal compañero y el frío también. Si tuviera que
elegir a uno no sabría con cual quedarme. Tanto me ha invadido uno como otro, y
en ocasiones, sin razón aparente. Y acojona. Algunas madrugadas, después de
ducharme, cuando el cristal aún está empañado por el vapor del agua, mientras
me seco, me observo y me veo en él, con la boca llena de petróleo, entonces, me
apresuro a pasar la mano para retornar ese vapor en gotas de agua y que el
cristal vuelva a un reflejo correcto, decapitando la imagen. Sacándome esa idea
de la cabeza. Y acojona, acojona el no saber porqué pasa, y acojona el saber
que ocurre estando despierto, que no es un sueño. Pero me lavo los dientes,
escupo la espumosidad de
la pasta de dientes como si fuera el petróleo, me
impregno de desodorante y colonia y me voy desnudo al armario a empezar un
nuevo día. Olvidando la imagen desagradable y sin querer saber el por qué.
Ocaso. No cenaré. Tengo aún todas las noticias atravesadas
en el estómago. Me es imposible digerir a Rajoy y sus mentiras, a Aguirre y su
mierda que le sale por la boca. A Gallardón y su forma de salvar vidas o
destruirlas. A Montoro y su chulería pedante desafiando o retando a quien le
cuestiona lo mal que lo hace todo. A de Guindos, a Mato, a Pastor o a cualquier
otro, a Urdangarin a la
Infanta, a el bigotes a todo ese sin fin de
banqueros que a parte de engañar a millones de personas, la mayoría gente
mayor, se retiran con jubilaciones millonarias, con toda la desvergüenza de los
sinvergüenzas.
Media noche. Antes de dormirme, recuerdo esa conversación al
despedirnos del día en que nos conocimos. Hay momentos que no se olvidan y sin
duda, hay otros que olvidamos demasiado deprisa.
-
- Te estoy mirando el culo. Le dije.
- Lo sé. Contesto.
- Te lo digo porqué lo sepas. Insistí.
- Te acabo de decir que lo sé.
- Si pero así lo sabes más. Seguro te lo estoy
mirando. Porqué sé que te gusta.
- No me conoces de nada. Replicó.
- Pero lo sé. Volví a insistir.
- ¿Qué nos queda? Preguntó.
- Todo o nada. Le grite.
Y se alejo.