Media mañana. Desayunamos con un amigo sentados en la mesa
que da al ventanal. Se nota la primavera en la ropa de las mujeres que
transcurren calle arriba o calle abajo. Los colores las invaden. El anhelo de
que el sol dore su piel empieza a consumirse. Y eso, nos encanta. Pedimos lo de
siempre. La camarera nos sonríe y pide a ver quién paga hoy. ¡Es primavera! Le contesto. Como si eso
pudiera quitar un poco hierro a todo lo demás.
-
Follo poco. Me dice, de buenas a primeras mi amigo.
-
Folla más. Le respondo.
-
Ya me gustaría. Dice con un tono un poco indignado.
-
¿Y pues? Pregunto. Muy a la Vasca.
-
Mi mujer no quiere hacerlo más.
-
¿Es ese el único problema? Sorprendido le pregunto.
-
Sí.
-
Pues tienes tres opciones: convencerla para joder más,
joder con otra o joderte.
-
No, si ella me dice eso, que me busque la vida.
-
¿Y qué te da miedo?
-
Que se la busqué ella también.
-
¿Y qué problema hay?
-
Me da miedo que se la follen mejor de lo que hago yo.
Bien, no es miedo, es un sentimiento de terror e impotencia, de inferioridad,
no sé.
-
Y al amor que le den por el culo. Que se enamore de
otro te da lo mismo. Siempre has sido igual de romántico.
-
Nos queremos. Mucho. Quizás demasiado.
-
Ten cuidado que no la dejes de querer y la empieces a
odiar. O viceversa.
-
Es imposible.
-
También era imposible cuando empezaste a ir con ella
que te propusieras follarte a otra y aquí ya hemos llegado.
-
Pero no lo he hecho.
-
Lo que no significa que no lo hagas.
No hace el suficiente calor para desvestirse demasiado. Y aún
así, hay quién enseña todo el invierno de gimnasio igual que un trofeo conseguido
a base de esfuerzo, esfuerzo y esfuerzo.
¿Somos un trofeo?
¿Aspiramos a ello?
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