¡Cambia! Me gritó llorando. –Hazlo por tus hijos si no lo
quieres hacer por mí, que tiempo hace ya que no te importo. Qué sabría ella si
me importaba o no, si llevaba seis años sin decirle nada, postrado en esta cama.
¡Vuelve! Me pedía a menudo. Sin que yo nunca me hubiera ido
a ninguna parte. Y para volver, que sepa yo, es necesario antes haberse ido,
aunque sea en sentido figurado.
¡¿Dónde estás?! Me preguntaba. Yo seguía delante de ella
como siempre, mirándola. Mostrándole mi amor con mi mejor sonrisa.
¿Por qué no me escuchas? Me susurraba cada vez que se
acercaba. Ya nunca comemos juntos, me reprochaba. Mi respuesta era con más
silencio, sin embargo sí que la escuchaba y la sentía y lo sentía.
Pero este último -¡Cambia! Me dolió tanto y tan a dentro. Me
estremeció tanto y tanto temor me creo sobre mí mismo, que las sospechas de
repente se apoderaron de cada uno de mis pensamientos y huí.
Esto es todo.