miércoles, 21 de noviembre de 2018

Del Cristo


Puedo prometer que lo intento joder. Lo he intentado una y mil veces. De tantas formas distintas que incluso algunas hasta me han gustado, y mira que no he sido nunca muy de ídolos ni superhéroes.

Me ha acabado gustando su arquitectura, su música, su discurso en algunas ocasiones. Sus ropajes, su orden, su clasicismo, podría decir que hasta su historia y su persona. Y eso que crecí en un colegio de curas que no ayuda mucho. Pero no hay manera. No sé, algo me da grima, no sé si es la paloma, el espíritu santo, la eternidad, la virgen, judas, la resurrección, la cruz o la santísima trinidad. Será porque soy un miedoso y cómo mi conducta de católico deja mucho que desear, me da cague pensar que me voy a pasar en el infierno lo perpetuo.

Dios. ¿Quién no quiere ser y estar divino? Es que es más que rey y mira que esta categoría ya me parece arcaica.  Dioses, reyes, dragones… qué sé yo. ¿No supera la realidad a la ficción? En qué mundo vivimos y luego, castigan a cualquier pobre por robar un salchichón (cómo me gusta esta palabra) a cualquier de esos que viven en el Olimpo. Y porque no nos pueden hacer pagar la salud ni la felicidad ¿Cómo hay dios que no habría tantos pobres?

Prometo que me gusta el canto gregoriano, las catedrales, las túnicas, alguna misa, su conducta (los que la cumplen), su marketing es para estudiar; el único negocio de dos mil años, y qué decir del relato… ¡Qué novela! Pero con la religiones, no puedo. Supongo, que ellas conmigo tampoco.

¡Joder! Es muy difícil no tener a nadie a quién pedir ni culpar         

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