Media noche. ¿Qué coño es media noche? Las doce es media
noche si oscurece a las diez. Sentados en un rincón de un bar oscuro. Hora concreta
la desconozco, cómo desconozco cuantas cervezas hemos tomado. Una charla cara a
cara con un amigo que lleva tanto tiempo soltero que ya no recuerda los
inconvenientes de la vida en pareja y por eso, lo desea con un afán casi de
necesidad.
-¡Estoy harto de casadas con hijos!- Me suelta.
-¿Por?- Pregunto.
-Anteponen siempre la felicidad o lo creen ellas que es la
felicidad de sus hijos a la suya, y así, no hay quien avance.-
-¿Y lo encuentras mal?-
-No, para nada, pero sabes lo que busco y con ellas, aunque
se encuentren predispuestas a todo nunca abandonan lo que realmente les
importa, aunque la monotonía haya convertido la vida en pareja en un trastero
donde únicamente haya almacenados un montón de recuerdos, llenos de polvo sin
que ninguno de la pareja, crea necesario desempolvarlo todo y mucho menos
revivirlo.-
-¡Puto polvo! Me da alergia. Siempre me viene la alergia
cuando se trata del polvo. Bien, de según qué polvos…
-A mí, con la edad, también me ha ido cogiendo alergia a
según qué polvos.-
-¿Nos pedimos otra cerveza?-
-¡Claro! Mira esa chica… ¿Perdón tienes hijos?- le dice. La chica
lo mira, lo ignora y el camarero trae la cerveza que acababa de pedir, como
forma de olvido. De la crueldad de la vida para unos y para otros. –Si pudiera, viviría dos vidas. Uno como
fantasma para mil maridos, otra de marido.-
-Las pieles y sus tactos. Cada roce es distinto en cada
cuerpo. Cada beso sabe diferente. Cada dolor, cada herida, cada tatuaje. Cada olvido.-
-¡Jajajaja ya vas borracho!
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