-¡Estoy enamorado!- Gritó. Cómo si gritara: ¡Llegó la primavera, acabo el frío invierno! Con una sonrisa de oreja a oreja, con un brillo en los ojos, nuevo. Con una levitación incandescente del alma.
- ¿Y ella lo está? Pregunto ingenuo de mí. Sin recapacitar qué con lo cobarde que es, jamás estaría con esa felicidad si la respuesta a esta pregunta no fuera afirmativa e incluso, debidamente confirmado.
-¡Sííííí, dice que más que yo! Me expresa, con esa euforia que únicamente los momentos aislados dan, para poder regalar a la resta de los mortales que no están viviendo en ese tránsito entre la realidad y la ilusión debocada. Porqué la memoria ya está creando cincuenta mil maravillosos futuros próximos. Pues la memoria no sirve únicamente para recordar, si no también, para imaginar, predecir y simular futuros predecibles.
Y de repente, yo, me pregunto cómo coño se cuantifica el amor. La duda me invade, igual que invade la oscuridad en una tarde de tormenta, o la luz, después de ella. ¿Las chicas buenas prefieren chicos malos? ¿Cómo saberlo? ¿Cómo cuantificarlo? Por litros, por besos, por visitas, por lo reluciente de sus miradas, los mimos, por las ganas de sexo, de pasar tiempo juntos, por sinceridad, por los kilómetros recorridos para ir a verse, por las cosas que dejan de hacer para compartir otra vez tiempo, por quién gana más tiempo al tiempo, por sus sonrisas, por sus silencios, sus palabras, sus derrotas, sus victorias, sus sueños, los anhelos, por sus cambios físicos de personalidad o por quién juega más fuerte y desgasta más el amor, si es que es, finito.
Necesitamos saberlo o nos es mejor obviarlo. Sin darnos cuenta que no nos lo preguntamos para no descubrir que somos nosotros quién ha apostado más fuerte, quién ha dado el primer paso y el segundo y quizás el tercero. ¿PERO importa realmente o es el camino lo interesante?
Los seres humanos somos los únicos animales capaces de componer música. Y los únicos también, capaces de creer o crear la deidad.
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