domingo, 6 de enero de 2019

Fin de fiestas

Las fiestas de navidad a parte de ser un farsa, unos cuantos besos de judas, son un calvario. Un procesión de hartazgos entre aguantarnos y comidas. Por fin han terminado los abusos  de calorías y confianzas. Podría escribir una a una cada mentira, cada comportamiento, cada actuación, ese museo de cera en cada comedor y en cada cocina. Un sinfín de conversaciones que nacen muertas, derribadas por el desinterés. Después, al terminar, nos marchamos bien lejos, da igual si son 15 o 15.000 kilómetros, hasta el reencuentro. Confundidos por la estimación, la melancolía y el alcohol.

Nadie dice lo que piensa. Y jamás hablamos sin pensarlo. Como una actuación desastrosa,  con males actores y peores representaciones. Para comer igual que si no hubiera un mañana e hincharnos de todo y todos. Escondiéndonos detrás de nube de felicidad porqué el macias es nato hace dos mil y pico de años, liberándonos a todos de nuestros pesares, mejorando un mundo que por nosotros mismos, los humanos, egoístas, malvados y viciosos, sin él, ni ellos, todo su séquito, jamás seriamos capaces de salvar, del juicio final, del apocalipsis de nuestras propias malas compañías. Tal es su importancia, que contamos los años antes de cristo y después de él. 
    
Un protector de estómago. Algo que nos ayude a digerir la sopa, el pollo, el turrón, el pastel en definitiva. El ruido de los intestinos, de las vísceras, de las entrañas nos remueven el estomago, la salud, y el mal estar, hasta que no podemos hacer una buena cagada y deshacernos de tanta mierda. Y claro está, para un ateo empedernido como yo, gracias a Dios, es un sin sentido más, tan absurdo como la vida.


Feliz fin de fiestas.  

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